Capítulo 20

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Cuando Will y Robbie regresaron al almacén, anunciando que habían entregado con éxito las cartas, la alfa dejó escapar un suspiro de alivio. Les pagó a cada uno la libra que les había prometido, añadiendo un chelín más por haber demostrado ser de confianza.

 Casi se les salen los ojos de las órbitas al ver lo que les acababa de caer del cielo. Adora sintió compasión por los dos chicos zarrapastrosos. Había visto tantos niños como estos, tanto en Londres como en el extranjero. Niños que sin tener la culpa de ello se habían visto obligados a vivir en las calles, luchando para sobrevivir día a día. Niños que se enfrentaban al mundo con los ojos llenos de odio, desesperación, miedo y desesperanza. Así había tenido que enfrentarse Catra al mundo, pero había conseguido, mediante su carácter, firmeza y determinación, no solo salir de aquella circunstancia, sino también ayudar a Hordak y a Entrapta.

Antes de despedir a los chicos, les dijo:

—Si les interesa trabajar, trabajar honradamente, vengan a verme. —Y les recitó la dirección.

—Ahí es donde he llevado una de las cartas —dijo Will con los ojos abiertos como platos—. ¿Esa mansión tan bonita es su casa?

—Sí. —la rubia se quedó mirando a los dos fijamente—. Puedo ofreceros trabajo. Pero quiero que sepáis que no toleraré que me mientan o que me roben. Ni una sola vez. La decisión es de ustedes —dijo haciendo un gesto amplio con las manos—. Y ahora vayan a comprarse algo de comer.

Los chicos se lo quedaron mirando durante unos segundos y luego se marcharon. La rubia los vio desaparecer de su vista, y esperó que se tomaran en serio su oferta. Bien sabía Dios que ella sola no podía salvar a todos los niños abandonados de Londres, pero tal vez podría ayudar a Will y Robbie dándoles una oportunidad. El resto dependía de ellos.

De nuevo sola, Adora se puso a caminar intranquila de un lado a otro delante de puerta de la oficina, obligándose a respirar despacio y profundamente. Su mirada se paseó por la zona, viendo dónde había dejado el bastón, escondido a la sombra de una de las cajas. Estaba preparada para enfrentarse con su enemigo.

Su enemigo. Una risa sorda le atravesó la garganta. «Y durante todo este tiempo yo creyendo que era mi amigo», pensó.

Sus pasos se detuvieron cuando oyó la puerta que se abría. Una voz familiar lo llamó.

— ¿Estás ahí, Adora?

—Sí. Junto a la oficina.

En el suelo de madera resonaron unos pasos rápidos. Cuando su invitado dobló la esquina y estuvo frente a la rubia, Adora se quedó rígida por el impacto de mirar en los oscuros ojos de la persona a quien había creído durante tanto tiempo una gran amistad. Un cúmulo de emociones se revolvieron en su interior, y frunció el entrecejo. Maldita sea, no había previsto que junto con su enfado iba a experimentar un fuerte sentimiento de pérdida. Y de tristeza, por haber tenido que llegar a eso. Dejando a un lado aquellos inoportunos sentimientos, dijo:

—Me alegro de que hayas venido. Hay algo que tenemos que discutir.

—Eso me pareció entender por tu nota. ¿Has encontrado una manera de romper el maleficio sin el pedazo de piedra que falta? Eso es extraordinario.

Cuéntame.

—Eso pensaba hacer, pero antes dime ¿Cómo van tus heridas?

la alfa vio cómo su interlocutor levantaba un hombro y flexionaba la mano.

—Mejorando.

Con un movimiento rápido, la alfa se acercó y agarró la parte superior del brazo de Sea Hawk apretándolo. Un agudo grito de dolor salió de la garganta del otro alfa, y este se zafó de las manos de la rubia echándose unos pasos hacia atrás.

maldicion de amorOnde histórias criam vida. Descubra agora