Capítulo 15

459 70 23
                                    


La alfa corrió como nunca lo había hecho en toda su vida, con todos sus músculos en tensión intentando llegar a tiempo hasta la morena. Vio el terror que brillaba en sus ojos, la vio quedarse quieta durante unos breves y vitales segundos antes de que se moviera. Muy tarde... demasiado tarde.

La rubia saltó hacía Catra, la agarró por la cintura levantándola del suelo y empujándola hacia delante. Aterrizaron cerca del borde de la calle, apiñadas en un cúmulo de miembros tras esquivar el impacto justo en el momento en que el carruaje pasaba a toda marcha rozándoles y haciendo saltar sobre ellas la gravilla. Y haciéndoles sentir la vibración de las ruedas y los cascos que pasaban a solo unos escasos centímetros.

Con el corazón latiéndole con fuerza y llenando sus pulmones de aire, Adora se apartó de la omega. Había intentado echarse a un lado para protegerla del impacto, pero habían caído al suelo juntas de golpe. Moviéndola con cuidado, la hizo rodar hasta ponerla boca arriba.

Sintió que se le encogía el estómago al ver un pequeño rasguño que cruzaba una de las mejillas morenas y un delgado corte en la sien del que manaba sangre. La barbilla la tenía llena de polvo y ya empezaba a dar muestras de magulladuras. Su vestido estaba rasgado en algunos lugares y lleno del polvo de la calle, lo mismo que su cabello. Catra se le quedó mirando fijamente, con sus ojos, normalmente de un una chispa vivaz, apagados, pero al menos consciente.

—Dios mío, Catra.

Sus dedos temblorosos se posaron sobre la herida de la mejilla. Una parte racional de su mente le iba cantando la letanía de cosas que debería hacer — comprobar que no tuviera ningún hueso roto, sacarla de la cuneta del camino—, pero otra parte de su cerebro estaba inmovilizado por un miedo aterrador. Y furiosa. Se volvió y comprobó que el carruaje prácticamente había desaparecido de la vista. Dios mío, un segundo más, solo un segundo más y la habrían aplastado aquellos cascos y ruedas veloces.

—Por favor, di algo —le imploró la rubia. la omega pestañeó y parte de las telarañas de sus ojos se disiparon.

—Adora.

La alfa tuvo que tragar saliva para recuperar la voz.

—Estoy aquí, querida.

— ¿Están ustedes bien, señoritas? —preguntó un caballero que se había acercado corriendo hasta ellas.

—Yo estoy bien. Pero aún no sé cómo está ella.

La ojiazul no miró hacia arriba, pero se dio cuenta de que un pequeño grupo de personas se había congregado a su alrededor, todos ellos murmurando sobre lo poco seguro que era cruzar una calle aquellos días, sobre cómo había aparecido aquel carruaje a toda marcha como si saliera de ninguna parte y sobre qué espléndido rescate había llevado a cabo la rubia.

—Catra, quiero que te quedes tranquila mientras compruebo que no te has roto ningún hueso. —Le examinó los brazos y las piernas, y luego presionó suavemente sobre sus costillas—. No parece que tengas nada roto —dijo con voz algo más tranquila.

Agarrándola entre sus brazos, se levantó intentando apagar la preocupación que sentía por su silencio. Si estuviera completamente bien, su Catra seguramente se habría quejado a gritos por que la tomara en brazos como si fuera un saco de patatas, especialmente en público. Y Dios sabía que hubiera dado cualquier cosa por oír una reprimenda de ese tipo, por saber que la omega en sus brazos estaba realmente bien.

—Se pondrá bien —les dijo a la docena de personas que había a su alrededor.

Se oyó un colectivo suspiro de alivio, pero Adora no tenía más tiempo que perder. Cruzó rápidamente Park Lake, luego subió las escaleras de su casa y golpeó la puerta con el píe. Un joven criado llamado James abrió la puerta con una expresión de enfado en la cara.

maldicion de amorWhere stories live. Discover now