—Ya no tengo a nadie... ya no tengo nada más en la vida... —decía una chica de dieciséis años, mirando su reflejo en el espejo—. Ya no tendré el amor de mis padres, o el de mis dos hermanos mayores. —su mirada estaba perdida, temblorosa—. Pronto olvidaré lo que es el calor de un hogar, y el amor de una familia —continuaba divagando, pero enseguida, surgió una interrogante—. ¿Amor? ¿Qué es el amor?
En su alucinación provocada por aquellos medicamentos que se le habían administrado, debido a ese incidente en el cual fue la única superviviente... la imagen en el cristal le sonrió, preparándose para darle una respuesta.
—El amor, es lo que te hizo ser feliz desde que naciste, y lo que te formó en quien eres durante tantos largos y hermosos años..., y tienes que saber que también será lo que te mantenga en pie, ahora que quienes te llenaron de ese sentimiento ya no estarán a tu lado.
La chica, cuyas ojeras se acentuaban en su pálida tez, dio un último vistazo a su reflejo, mientras incontables lágrimas rodaban por su inexpresivo rostro.
Era extraño llorar sin sentir..., bueno, eso se lo debía al efecto de las drogas que se encargaban de contrarrestar el dolor de sus huesos rotos y sus heridas.
—Me prometo ser fuerte... —le dijo a su otro yo, antes de darse la media vuelta—. Lo encontraré, y usaré mi horrible "don" de ver cosas extrañas, para ayudar a otros, y quizá evitar que sufran lo que yo.
—Que así sea entonces... —respondió la ilusión creada a su semejanza, segundos antes de desaparecer.
Con un mareo incontenible, logró volver a su cama y se acostó boca arriba. Vaya... para empezar; ni siquiera tendría que estar despierta y mucho menos debería poder levantarse, no después de las altas dosis de morfina que le inyectaron.
Antes de cerrar los ojos, miró hacia el techo, a la vez que muchas lágrimas más rodaban por sus mejillas, juntándose todas, en los huecos de las orejas. Rememoró su familia, y también el rostro de ese hombre... a quién estaba decidida a encontrar costase lo que costase.
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