Cerré con mi pie la puerta principal. La brisa me recibió golpeando mi cabello y congelándome las mejillas. Avancé trotando por los jardines del Pequeño Palacio que estaban en un sepulcral silencio, uno inquietante. A menos que te gustara dar paseos solitarios y reflexionar sobre tu existencia bajo la mirada de los arbustos, debidamente manipulados para que fueran una réplica perturbadora de su majestad, y ninguna otra compañía. En ese caso, era perfecto.
El sol recién había alcanzado el punto más alto en el cielo, el canto de los pájaros no quedaba eclipsado por las charlas matutinas. Era extraño presenciar semejante escena, siendo las siete y media de la mañana.
Hacía uno de esos pocos días que no nos obligaban a despertar temprano. Claro que tendríamos que recuperar tiempo perdido haciendo horas extras en la tarde, voluntariamente. Botkin no estaba de acuerdo en cuanto a esas mínimas excepción, tampoco se molestaba en gritarlo a los cuatro vientos: "¿DESCANSOS? ¿EN MEDIO DE UNA PELEA CREEN QUE LES DARAN UN DESCANSO? ¡INCREIBLE!" Luego maldecía en su idioma natal. A menos que estuviéramos en presencia del general Kirigan, en ese caso sonreía con visible furia.
Tambien estábamos en boca del personal de servicio, cuchicheaban lo mimados que nos tenían, se quejaban sobre la excesiva consideración que parecían tenernos solo por no ser comunes, como ellos mismos se molestaban en recalcar. Era injusto, dejando en cuenta que la mayoría ni cruza palabra con nosotros a menos que sea necesario.
Y viene siendo muy absurdo, al fin al cabo todos bajo este techo mantenemos una misma tarea.
Aceleré el ritmo cuando el camino se volvía mas estrecho. Quería seguir el atajo que había descubierto hace unos años, pero la anoche anterior cayó una fuerte tormenta. Estaría lleno de barro y no podía darme el lujo de ensuciar mis botas menos gastadas. Decidí no desviarme, después de unas cuántas vueltas por estatuas familiares avisté una cabaña de piedra redonda. Subí los pocos escalones que llevaban hasta la puerta y llamé. Como nadie contestó sabía que me concedieron la entrada.
—Hola, señora B.—empujé con mi hombro la puerta. Me quedé en el umbral porque no tenía tanto permiso como para invadir del todo el espacio personal de Baghra. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad de su cabaña, que no recibía luz desde su construcción, encontré a la anciana sentada en su silla favorita fundiéndose con la penumbra de su hogar, para variar—¿Del 1 al 10 que tan bueno está su ánimo hoy?
Con Baghra no se sabía.
No pensé encontrarla despierta, no había venido antes aquí a menos que no fuera en el estricto horario de mis clases. Mi teoría de que absorbía energía vital de conejos para mantenerse sin una gota de cansancio se hacía más fuerte. Jamás la vi bostezar, eso de por si es raro.
Me gustaba pensar que el permanente ceño fruncido de la anciana era una señal para hacerme saber que se alegraba de verme. El escupitajo que soltaba de vez en cuando al dar fin a nuestra sesión del día era como un: "¡me encantó tenerte por aquí!"
—¿Qué traes ahí?—su voz áspera hizo eco en la sala. Seguí su mirada hasta el punto que captó su atención.
Alcé las manos con cuidado evitando que el contenido apresuradamente envuelto en papel se desmoronara.
—Tengo contactos en las cocinas.—alardeé— O más bien tengo un contacto que conoce a alguien que...
—No me interesa.—descartó, repentinamente interesada mostrándome su palma— ¿Qué son?
—Una especie de pastelitos con nata y chocolate.—dejé los dos a su cuidado. Me encogí de hombros—Creí que le gustarían.
Baghra pellizcó un trozo y lo llevó a su boca muy despacio sin apartar la mirada de mi. Después de que paso el control de calidad los saboreó con más confianza. Puso los demás en su regazo y sacudió las manos dejando que las migajas restantes cayeran al suelo. Entonces mi cerebro se debió desconectar por un segundo porque cuando volví a parpadear la anciana tenía su bastón en mano apuntándome con él, de no haberme apartado a último minuto me habría golpeado en el abdomen.
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Dulce Penumbra |Sombra y Hueso
Fiksi PenggemarSe aprenden desde pequeños que no se debe morder la mano que te da de comer. Considerados simples mascotas del rey o no los Grisha deben su lealtad al mayor soberano, quien les promete estatus y resguardo a cambio de sus servicios. Lissa no es difer...