Capítulo 5: A caballo regalado...

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¿Quedaría mal que en mi registro estuviera en letras mayúsculas un: "HOMICIDA"? Estamos de acuerdo con que no te da una muy buena imagen, al general no le iba a poner muy feliz ver como su carruaje no puede avanzar porque hay un cadáver en medio del camino y yo a un lado intentado fingir que ya estaba así antes de que llegara.

A Iván le tocaría el papeleo y ya de por si el aprecio que me tiene es nulo.

Solté unos chillidos tan fuertes que aquella ni siquiera parecía mi voz. Hice lo que pude por recuperar el rumbo con Cactus, que ignoraba todas mis órdenes o mis manos tirando de las correas. Empezaba a ponerme tan nerviosa que mis dedos no respondían.

Dejé de escuchar mis propios gritos, sabía que estaban saliendo sonidos de mi boca por el ardor que sentía en mi garganta.

La chica se volvió buscando mi voz. Su cara se descompuso en pánico y se quedó paralizada. Una reacción poco acertada si estás a punto de ser incrustada por unas pezuñas contra el suelo. Unos brazos salieron a levantarla por la cintura y a ponerla a salvo lejos de mi alcance.

Un chico recién llegado la abrazaba contra su pecho ocultando su cara en el cuello de la chica.

El aire volvió a entrar a mis pulmones permitiéndome sentir alivio por unos segundos.

—¡Lo siento mucho! Yo...—No alcancé a completar la frase porque Cactus continuó avanzando sin bajar el ritmo.

Los dos se perdieron de mi vista y terminaron mezclándose con las personas que salían de diferentes tiendas para atender a sus obligaciones.

No había una pizca de alarma o preocupación en su semblante por la escena que monté anteriormente. Quizás ya acostumbrados a cosas mucho peores, y yo solo logré dañarme las cuerdas vocales, también parecer algo loca.

Los cocheros tenían la misma cara de muertos en vida que a todas horas, de haber visto a la chica no movieron un dedo para hacer algo al respecto. De las ventanas de los vehículos sobresalían cabezas, pero todos sonreían señalando cosas al azar o lanzando besos al aire a los soldados que se detenían a vernos llegar.

Casi soy la responsable de un grave accidente que pudo hacer que las relaciones entre el Primer y Segundo Ejército se volvieran más tensas.

Eso de dar buenas primera impresiones se me da maravilla.

Estiré el cuello quedando cerca de un ojo del caballo. Sus retinas delataban que se estaba burlando de mi.

—No voy a preguntar que sucede por tu cabeza porque no espero una repuesta coherente.

Y efectivamente no la hubo.

—No volveremos a hablar de este tema, ¿entendido? Yo soy una pésima jinete, tu un divergente con unos dientes enormes y luego de esto no vamos a toparnos nuevamente. Nadie tiene por qué saber que somos un dúo del que solo salen problemas.

Mi intención era intimidar y hacerle saber que estaba molesta. Fue un intento patético porque en caso de que me hubiera entendido se estaría riendo en mi cara por creer que yo soy la que manda en esta relación.

Cactus frenó un segundo, luego agitó la cabeza y relinchó con ganas. Ya ni le ponía ganas a disimular que lo poco que significo.

La creación del demonio echaba a andar otra vez hacia un montón de barriles abiertos y con contenido que no era para uso público. Me lo dejaba claro el cartel con pintura roja que tenía dibujos de cráneos siendo perforados y con letras muy grandes avisando que tocar esos barriles era como pedir a gritos una visita sin escala a los Santos.

Dulce Penumbra |Sombra y Hueso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora