Capítulo 9. La Líder Imperiosa

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En el Claustro Central reinaba un ambiente muy poco común. Nadie hablaba: todas estaban demasiado incómodas. Era muy extraño ver que Hermione presidía el grupo, ocupando la silla más amplia de todo el lugar. Ella también estaba muy nerviosa, pero intentó conservar la calma y acomodar los pergaminos que tenía sobre la mesa.

—Bien —dijo tras carraspear, con la voz temblorosa—. No quiero que nadie me tenga resentimiento porque soy Líder Imperiosa. Estoy en el mismo nivel que todas ustedes. De hecho... —Tras meditarlo unos segundos, dijo: —Se elimina el título de Líder Imperiosa. Sólo soy la Líder, ¿queda claro?

—No seas modesta, Pelusa —le dijo Cho Chang, que estaba a su lado—. Aprovecha el poder que tienes.

—Gracias, Cho, pero en primer lugar prohíbo terminantemente los motes ofensivos. Ya no soy Pelusa; ahora soy Hermione Granger. Y tú, Cho, ya no eres Asia. Y todas ustedes vuelven a recuperar sus nombres verdaderos.

Todas vitorearon, felices por la norma que acababa de establecer la castaña.

—Por otro lado —Ordenó nuevamente sus papeles. —El tabaco queda prohibido, al igual que las bebidas alcohólicas.

Ante aquello, todas se quedaron en silencio sin saber muy bien qué decir.

—Hermione —dijo Dora con voz amenazante—, no puedes quitarnos el tabaco y el alcohol. Simplemente no puedes hacerlo.

—No pienso acatar tal orden —dijo Monicque con fastidio.

—Fundiremos al Pabellón W&W —observó Lavender.

—No me importa —respondió Hermione—. No quiero ni tabaco ni alcohol en mis reuniones, ¿está claro?

—Pues yo me largo —dijo Dora, levantándose de la silla.

—No puedes largarte, Mediadora —le dijo Parvati—. Eres una hermana.

—Pero...

—De acuerdo —dijo Cho, levantándose también de la silla—. Se me ha ocurrido una idea. Podemos establecer un área de fumadoras y un área de no fumadoras.

Hermione suspiró. Por mucho que le pesara, era una idea aceptable y sentía que debía implementarla; no podía pretender cambiar abruptamente, en una tarde, una asociación que se había gestado durante años.

—Está bien —Alzó su varita mágica y apuntó a un rincón de la mazmorra: un gran ventanal con puertas corredizas se materializó allí mismo. Tenía una vista fabulosa a un jardín subterráneo, lleno de vegetación y humedad.

 Algunas lanzaron grititos de admiración por el perfecto hechizo.

—Las que quieran fumar, pueden hacerlo en...

Pero no pudo continuar, porque unas diez o quince chicas se levantaron atropelladamente y se fueron corriendo al nuevo sector de fumadoras.

—Patético —se lamentó Cho.

—No puedes cambiarlas, Pelusa —le dijo Reyna—. Quiero decir, Hermione...

Cuando Reyna se dirigió exclusivamente a ella, Hermione recordó súbitamente algo.

—Oye, Reyna —le dijo—. Lamento ser tan cruda, pero... ¿puedes enseñarme tus manos otra vez? Sólo quiero ver el... destino que me espera.

Sin embargo, Reyna parecía feliz. Sacó sus brazos de debajo de la mesa y Hermione notó que ya no llevaba guantes. Impresionada, vio que los cuatro dedos que le faltaban estaban ahora allí, en sus lugares correspondientes, en las finas manos de Reyna.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Hermione.

—Aparecieron la mañana siguiente a la huida de Pansy —explicó Reyna—. Supongo que ya no tendrás que pagar el precio por extraer aquellos galleons.

Más feliz de lo que había estado en mucho tiempo, Hermione le dirigió una amplia sonrisa y se dejó llevar por el momento. Miró a sus hermanas con fascinación y supo que tendría un largo camino para alejarlas de sus prácticas malvadas, pero que nada era una tarea imposible.

La puerta de la mazmorra se abrió de par en par y apareció Meghan. Si bien era sábado y todas las demás hermanas estaban vestidas con lujosos y escotados vestidos, Meghan vestía con el uniforme escolar. No estaba maquillada; de hecho, estaba al natural, lo que la hacía ver mucho más bonita de lo que tenía acostumbrada a la gente. Hermione se acercó a ella mientras las demás hermanas comenzaban a hablar entre ellas sobre las nuevas disposiciones.

—Hola, Whisky —la saludó, enfatizando en su apodo.

—Llámame Meghan —le pidió ésta.

—¿Has oído lo que dije hace un rato? ¿Que eliminé la norma de los motes?

—No —contestó Meghan—. Me abro de la Sororidad.

—Pero... el Libro... No puedes marcharte. Eres una hermana.

Ya no —dijo Meghan—. Encontré una cláusula interesante en el Libro que dice que, por la razón que sea, una Líder Imperiosa puede renunciar a su cargo con la condición de que debe marcharse de la Sororidad. Y es lo que he hecho. Felicitaciones, Granger —añadió, y no pareció sarcástico. A continuación hurgó en el bolsillo de su túnica y sacó el Libro rosa. Se lo entregó. —Eres la única e indiscutible Líder Imperiosa.

Meghan le tendió la mano y Hermione se la estrechó; a continuación se dio media vuelta y atravesó el corredor para subir por la escalera.

Y esa fue la última vez que Meghan Grills pisó la mazmorra ocho.

Hermione, por lo bajo, susurró:

—Buena suerte, Whisky.

No todo era tan malo.

Y, de cualquier manera, Hermione tenía el amor incondicional de Ron para apoyarla en aquel camino. Y la amistad real de Harry y de Ginny. Porque aquello, se dijo Hermione mientras observaba a las chicas, aquello no era más que un experimento. Un juego interesante, una aventura pasajera. Su vida no iba a limitarse a las reuniones de los miércoles y sábados por la noche; su religión no sería Ella. Podía no saber cuál era su verdadera pasión, pero definitivamente no era aquella.

Sin embargo, se dijo mientras recordaba lo que hacía la profesora McGonagall en sus años como hermana, quizá pudiera acostumbrarse a ser la Líder Imperiosa.    


Hermione Granger en la Sororidad de las BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora