Capítulo 13. La bruja enjuiciada

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Hermione era una Suprema, a pesar de que no tenía idea de qué significaba. Fiel a su estilo, una vez que Pálida se marchó, se inmiscuyó entre las estanterías de la biblioteca para buscar algo de información. Sin embargo, rondando la una de la madrugada, dio el caso por perdido y, tras un descomunal bostezo, oyó los apurados pasos de la señora Pince.

—¿Qué estás haciendo a estas horas? —le inquirió con una voz histérica, los brazos en jarra y frunciendo sus afiladas cejas.

—Lo lamento, señora Pince. He estado estudiando mucho y perdí la noción del tiempo...

—¡Fuera! —Le pisó los talones hasta la salida de la biblioteca.

A la mañana siguiente, Hermione despertó a las seis con la idea de repasar antes de su examen de Historia de la Magia. Mientras releía por enésima vez sus libros de texto, un somnoliento Harry bajó por las escaleras de caracol de la sala común de Gryffindor y se sentó a su lado.

—¿Preparada?

—Sí, creo —contestó Hermione con una sonrisa poco convincente.

—Yo también lo estoy —dijo Harry con buen humor—. ¿Vamos a desayunar?

—Adelántate —le dijo Hermione intentando plasmar seguridad en su voz—. Iré en un rato, cuando termine de repasar esto.

—Vamos, Hermione; has leído ese libro un millón de veces.

—Pues lo leeré una vez más.

Harry sonrió.

—Es una suerte que vuelvas a ser la misma —Salió de la sala común y momentos después volvió a ingresar para decirle: —Me alegro mucho que hayas dejado esa estúpida sororidad de arpías, Hermione. Tú tienes más cabeza que todas esas muchachas.

Tras dedicarle una última sonrisa, Harry desapareció por el hueco del retrato y dejó a su amiga sumida en una profunda angustia. Como si algo le hubiera faltado a Hermione para sentenciar aquella como la peor semana de su vida en Hogwarts, ahora experimentaba una tremenda culpa.

Lo cierto era que no les había dicho a Ron y a Harry nada acerca de lo acontecido durante los últimos tiempos. Bueno, nada quizá era faltar a la verdad; Hermione les había contado a sus mejores amigos acerca de la aparición de la fantasmagórica figura de Ella en las mazmorras, la caída de Pansy Parkinson y su posterior expulsión de la Sororidad... Y hasta allí. Según la versión de la castaña, después de aquello había decidido renunciar a la asociación por considerarla demasiado complicada.

Pero claramente era mentira: tras la charla con la profesora McGonagall, que resultó ser una hermana antigua, había aceptado el liderazgo de la Sororidad de las Brujas y, en su privilegiada posición jerárquica, había hecho algunos cambios, aunque con escaso éxito.

Hermione pretendía que su asociación se dedicara a causas de bien como rescatar animales heridos en el Bosque Prohibido o ayudar a desorientados alumnos de primer año. Sin embargo, sus hermanas seguían con sus estúpidas charlas sobre sexo y whisky de Fuego.

Las reuniones en el Claustro Central, que tenían lugar todos los miércoles y los sábados, no eran como Hermione los había planificado tan metódicamente. Lejos de realizarse tertulias de estudio y de intercambio de teorías mágicas, las chicas de la Sororidad se dedicaban a bailar y beber hasta la madrugada. Y Hermione no podía ejercer demasiado control sobre ellas. Si bien todas la escuchaban atentamente y se mostraban respetuosas con ella, nadie le hacía mucho caso.

Era como intentar domesticar a un grupo de colacuernos húngaros.

Las palabras de Pálida aparecían una y otra vez en su mente y Hermione no lograba comprender ni una de las preguntas del examen que tenía enfrente. Casi podía escuchar claramente la voz de Pálida, con aquella ronquera, como si la tuviese al lado de su oreja:

Hermione Granger en la Sororidad de las BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora