Capítulo 1. La Puerta de la Fortuna

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Hermione avanzaba a pasos lentos mientras cargaba el equipaje de mano. Harry y Ron, un poco más ansiosos que la muchacha, se dispusieron a buscar un compartimiento vacío y, cuando al fin lo hallaron, se dejaron caer sobre sus mullidos asientos del Expreso de Hogwarts.

—Ya estoy saboreando el banquete de bienvenida —masculló un hambriento Ron, mientras se quitaba los zapatos y subía los pies.

—Tranquilo, Ron, que aún nos quedan unas cuantas horas —dijo Harry sonriente, acomodando su bolso en el compartimiento superior.

Hermione, en tanto, parecía estar un poco consternada y apenas había abierto la boca. Harry y Ron la miraron, desconcertados; la muchacha ni siquiera había acomodado sus cosas y lo cierto era que permanecía de pie en la puerta corrediza, como si estuviera siendo víctima de un hechizo confundus.

—¿Qué pasa, Hermione? —le preguntó Ron—. ¿No vas a entrar?

—Debo irme a patrullar los pasillos —mintió ella. Sin embargo, Harry notó que le había temblado la voz y le lanzó una mirada inquisitoria. Finalmente, Hermione confesó: —De acuerdo; quiero ir a buscar el compartimiento de las chicas.

—¿Las chicas? —preguntó Ron—. ¿Qué chicas?

—Amigas, Ron —respondió Hermione.

—Pero si tú no tienes... —comenzó Ron, pero Harry le lanzó una de sus peores miradas asesinas para que se callase.

—Pero si siempre estamos los tres juntos —dijo Harry.

—Necesito amigas, Harry —explicó ella, ruborizándose repentinamente—. Amigas mujeres. Necesito hablar de... cosas... de chicas.

Ron pareció meditar unos momentos y luego atinó a decir:

—Bueno, está Ginny, ¿no?

—Amigas de verdad, Ron —repuso la muchacha tras vacilar unos momentos, sin contar con que, en aquel mismo instante, acababa de aparecer Ginny detrás de ella.

—Eso es un poco hiriente, ¿sabes? —le espetó Ginny con una voz gélida.

Hermione se dio media vuelta, alarmada, y se apresuró a intentar enmendar su error:

—¡Ginny! ¡No me refería a eso! Yo...

—Ya has dicho todo lo que tenías que decir —dijo Ginny, e ingresó en el compartimiento procurando darle un empujón a la castaña.

—De verdad, Ginny. A lo que me refería es que necesito un grupo de... 

Pero Ginny había sido más rápida: sacó la varita y, sin apenas pronunciar una sola palabra, la puerta del compartimiento se había cerrado de un portazo.


Hermione se quedó unos segundos allí parada, debatiéndose entre la rabia y la culpa, y luego decidió que no tenía sentido quedarse contemplando como una idiota por la puerta de vidrio cómo Harry, Ron y Ginny estaban cabizbajos, en medio de un momento muy tenso. Finalmente emprendió camino por los pasillos del tren, sin saber muy bien qué era lo que estaba buscando.

No vio ni a Parvati Patil, ni a Lavender Brown ni a ninguna de sus otras compañeras de curso. Cuando ya estaba considerando aquello un caso perdido y se preparaba para volver al compartimiento de sus amigos (como dicen, "vuelve el perro arrepentido con la cola entre las patas"), se dio cuenta de que había llegado al primer vagón, que estaba repleto de pequeños estudiantes de primer año. Algunos reían, jugaban cartas, abrían ranas de chocolate; otros, los más tímidos, miraban incómodos por la ventana.

—Disculpa —murmuró Hermione en dirección a una niña que reía a los gritos mientras hablaba con su compañera—. ¿No has visto a unas chicas de mi edad por aquí?

Hermione Granger en la Sororidad de las BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora