Capítulo 20. La Habilidad

300 27 17
                                    


—Cho, ¿qué significa esto? —preguntó Ron.

El amor enceguece... —musitó Hermione, abstraída—. Cho, ¿te has... enamorado... de Theodore Faulkner?

—Sí, Hermione, ¡bravo! —chilló Cho. Parecía desquiciada. —¡Diez puntos para Gryffindor! A veces me preguntaba cómo no te habías dado cuenta antes. Es decir, tienes un cerebro muy lúcido, Hermione, debo reconocerlo. Pero en esta oportunidad, estuviste... bastante floja.

Oyeron el ruido de una puerta que crujía. Momentos después apareció la figura de Romilda Vane detrás de Cho. Tenía un par de años menos que los chicos, pero había desarrollado una esbelta figura. Iba escandalosamente maquillada y tenía el cabello castaño recogido en dos colas.

Esbozaba una amplia sonrisa que hacía relucir el pintalabios. Parecía encantada de la vida.

—¡Oh, Cho! Gracias por traerlos —dijo con alegría, adelantándose hasta quedar al lado de la chica—. Theodore estará muy feliz de matarlos.

—En tus sueños, Vane —repuso Ginny con rudeza.

Ew —dijo Romilda con una mueca de asco—. Nadie te ha dado permiso para dirigirte a mí, Weasley.

—¿Qué piensan hacer con nosotros? —preguntó Ron con tono desafiante.

—Nada muy agradable, bombón —dijo Romilda, peligrosamente cerca del rostro del chico—. Qué fuerte te has puesto, Ronnie. No me importaría pasar una noche de sexo desenfrenado contigo antes de cortarte en pedacitos. ¿Sabes una cosa? Yo tuve sexo con tu hermano Fred entre las góndolas del Pabellón W&W. Tiene un pene alucinante. Si es cosa de familia, entonces será una velada apasionante.

Ron entrecerró los ojos y miró a Romilda con desdén.

Hermione sentía impotencia por todo lo que acababa de oír, y por otro lado estaba tratando de encontrar una respuesta al escandaloso atuendo de Romilda. Su túnica dejaba poco y nada a la imaginación, con un grotesco escote que hacía relucir su busto, probablemente aumentado mediante magia. Se asemejaba mucho a una especie de supermodelo en decadencia, a pesar de su corta edad. Estaba realmente ridícula.

Y entonces, Hermione se dio cuenta de algo: burlarse de su ropa, de su maquillaje o de lo que fuere, no iba a hacer que ganaran esa batalla. Tenía que centrarse en la gravedad del asunto y pensar, pensar aunque fuera lo último que hiciera. Tenía que volver la Hermione de siempre.

—¿Qué estás haciendo, Romilda? ¡Tú eras una brufalsa, amabas a la Sororidad! —intervino, en un desesperado intento de ganar tiempo: "cortarlos en pedacitos" no era algo que sonara muy bien.

—Claro, Pelusa, la amaba —repuso Romilda con asco, escupiendo cada sílaba—. Ustedes jamás me dejaron participar de ella, y ahora van a pagarlo muy caro. Nuestro plan original, en realidad, era capturarte sólo a ti, Hermione. Todos ustedes... digamos... no me interesan. Me da lo mismo si viven o mueren. Pero estaban todos juntos en la biblioteca, así que, ¿qué más da? —Soltó una risotada áspera.

Hurgó en su bolso y sacó un largo cigarrillo que encendió con la punta de su varita.

Hermione no sabía que hacer. Eran cuatro contra dos, pero aun así estaban desarmados frente a dos adolescentes desquiciadas y con varitas mágicas y un espíritu, el de Theodore, que podría aparecer en cualquier momento. Intentó trazar un plan rápidamente, con su cerebro funcionando a toda velocidad.

Estaba esperando con ansias esta agradable tertulia.

La voz no provino de ningún sitio en específico. Era susurrante, tenebrosa y con una potente carraspera. La palabra resonó durante varios segundos en todo aquel corredor.

Hermione Granger en la Sororidad de las BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora