3. La confesión

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-Tranquila Mía, no te preocupes- El tono de Irene es calmado y tranquilizador.

-No tenía la necesidad de decir eso, fue tan insensible, realmente insensible- Le dice Mía por quinta vez.

Irene solo toma su mano y la acaricia.

Mía la había llamado llorando pidiendo verse, Mía le conto lo que aquel chico, le había dicho.

Irene trato de calmarla, pero era tonto tratar de hacerlo, Mía no paraba de llorar. Irene sabía por lo que tuvo que pasar su mejor amiga. Casarse con Raymond Dumont, heredero de una gran fortuna, con parientes franceses. Rubio, ojos azules, delgado, mandíbula estructurada, 1.75, rico, en pocas palabras, el sueño de muchas.

No es que fuera algo realmente malo, es decir, a quien no le gustaría casarse con alguien así.

Pero ese no era el problema, lo malo, que realmente fue muy malo, es que ella se tuvo que casar con él por obligación y no por amor, ¿Por qué?, simple, porque sus padres estaban en banca rota, y la única manera de recuperarse era esa. Irene siempre pensó que todo fue realmente raro, y muy adecuado a la situación de la familia de su mejor amiga. Se casó, su esposo le dio su herencia, y a los 9 meses muere misteriosamente. Ella no fue al entierro, y nunca le quiso preguntar a Mía como le fue. El caso es que Mía le dijo que ella intento amar a Raymond, pero no pudo, lo que si es que le agarró un fuerte cariño. Él la amaba, ella solo lo quería, él la veía como su amada esposa, ella como su mejor amigo. Todo fue muy doloroso para ella.

-Tengo que irme- dice Mía limpiándose las lágrimas de la cara.

-Está bien, ya sabes que puedes contar conmigo siempre- Irene la abraza.

Se despiden, Mía sale de la casa, se monta en su carro y en lo que menos piensa, está en su casa.

Mía realmente estaba mal, esas palabras del apenas conocido chico, fueron horribles, ella pensó que su forma de ser era distinta, un chico lector, cabello castaño, ojos color miel, estatura apropiada, delgado, pero con buen físico, Mía lo encontraba muy atractivo. Las veces que lo vio en la biblioteca fueron muchas, y por eso pensó, que tal vez, era buena persona.

Mía es pésima socializando, y no tenía amigos más que su mejor amiga.

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-Ya llegué padres- Anuncia Mía entrando en su casa.

-Oh querida, nos tenías preocupados- Le dice su madre con un tono de alivio.

- ¿Dónde estabas? - el tono su padre es irritante.

-En casa de Irene- el tono de Mía es desafiante.

-No me hables así, soy tu-

-Padre, ya lo sé, no me lo tienes que recordar cada nada, ni siquiera debería darte explicaciones de lo que hago o no- Mía lo interrumpe.

Puede notar como sus padres se sorprenden por dicho comentario.

- ¡No me faltes el respeto, y claro que debes darme explicaciones, mientras vivas en mí- su padre va terminar su oración, pero Mía lo interrumpe de nuevo.

-Tienes el descaro de decirme eso, ¡quieres que te recuerde que gracias a mi tenemos casa y todos los lujos que tenemos, te recuerdo padre, que si no fuera por mí, estaríamos en la calle, que si no fuera por mí, no tendrías las agallas de decirme eso! - El tono de Mía es cruel, pero sobre todo parece liberarse de algo luego de decir eso.

- ¡Mía! - Le grita su madre sorprendida.

-Nada madre, no digas nada- Mía se va por la escalera rumbo a su cuarto.

La historia de Alan ValverdeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora