Capítulo 2

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Sábado, 19 de julio de 2017

Al despertar, la rodilla me había dado un poco de molestia, pero por supuesto nada que me impidiera ir al restaurante. Era un rasguño (o al menos eso me había repetido todo el rato). Antes de salir, me había asomado desde el portón que daba a la calle para ver si Jasper se encontraba afuera esperando por mí, pero no era así. Había dado pedal, nerviosa, hasta mi trabajo con cientos y miles de preguntas en mi cabeza.

Ni siquiera había pegado el ojo durante la noche.

¿Era un fantasma o algún ente maligno? Porque, definitivamente, no parecía uno y yo no creía en ello de todos modos. Me había tocado sin problema, ayudado, ¡Hablamos! ¿Qué explicación había para ello? ¿Por qué Anna no había podido verle?

—Jules, ¿estás bien? —escuché la voz de Allie a mi espalda y parpadeé un poco antes de seguir con mi trabajo.

—Lo estoy —mentí—, ¿por qué?

—No lo sé, has estado callada. Raro viniendo de ti —se recostó a un mueble—. Además, llevas rato licuando ese batido pensando en todo menos en trabajo. ¿Qué pasa?

Tenía razón. No había más qué licuar y yo parecía tener mis dedos pegados a los botones de la licuadora. Suspiré con derrota.

—Creo que es cansancio —volví a mentir, limpiándome las manos en el delantal—. No dormí durante la noche.

—¿Tiene que ver con eso? —me señaló el pantalón, pero sacudí la cabeza.

—Me he caído de la bicicleta y el otro pantalón tiene aquella horrible mancha —intenté sonreír, pero pareció más una mueca—. Soy un desastre.

—Ya deberías estar acostumbrada a ti  —bromeó.

—Debería.

—¿Por qué no has dormido? —me encogí de hombros, restándole importancia. Si pensaba que había sido por mis padres, no tenía problema. No daría explicaciones, y de seguro aquella sería la conclusión a la que llegaría.

Por lo general, no era una chica con muchos problemas. Sí, aún lidiaba con el luto de mis padres, y sí, por supuesto la pasaba mal con algunas facturas de las que debía hacer frente ahora que estaba intentando llevar una vida medianamente adulta, pero era consciente de que no era una vida compleja a comparación de otras.

—¿Sabes? —me saqué el delantal— Sacaré la basura y así tomo un poco de aire.

—¿Quieres que te acompañe? Podrías hablarme —sugirió.

—En realidad, creo que quiero estar sola.

Con Allie no tenía miedo de ser completamente honesta. Nos habíamos hecho tan cercanas por el trabajo, que, incluso, parecíamos amigas de toda la vida. No era tan mayor que yo, rozabamos la misma edad y, aunque ciertamente no teníamos nada en común, de alguna u otra forma conectabamos estupendamente.

—Claro.

Tomé las grandes bolsas azules de basura y salí con ellas a la parte trasera del restaurante que daba a un callejón que conectaba con ambas vías. Abrí el contenedor con una mano lanzando la tapa con fuerza hacia atrás para pegarla a la pared de ladrillos y comencé a meter las bolsas. Por lo general, yo no me encargaba de los sacos de basura. En realidad, no hay alguien encargado de ello, para ser honesta, pero yo nunca lo hacía, siempre estaba demasiado ocupada atendiendo o en la cocina como para  ocuparme de ello.

Lo que no nos dicen del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora