Prefacio

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Minot, Dakota del norte
Primera semana de septiembre

Jasper dejó de maldecir y cerró los ojos un segundo antes de volver la vista al frente. Contempló las gotas sobre el parabrisas que todavía no dejaban de caer y luego apretó los ojos, haciendo que dos gruesas y calientas lágrimas le resbalaran por las mejillas.

No sabía si estaba molesto con su padre por haberle echado a perder lo que acababa de comprar y no pudo consumir para tener un par de minutos de inconsciencia o si estaba molesto con él mismo por el camino que había tomado, además de lo que acababa de hacer en casa.

Perdió el rumbo hacía meses y no sabía cómo, pero tampoco buscaba solución. Se había vuelto conformista y no pensaba salir de allí. Jasper giró el volante haciéndose mucho a la orilla antes de regresar correctamente a la carretera. Tenía la vista borrosa y le dolía la cabeza; no sabía si de los gritos o de la presión de tanto peso que estaba cargando solo. Ciertamente hacía mucho que Jasper Haist no sabía nada.

Comenzó a golpear el volante y gritó ronco y tendido. Ya no sabía de qué otra manera lidiar con él mismo.

El muchacho giró hacía el puente ya viejo hacia Williston y comenzó a repetirse una y otra vez en la cabeza que necesitaba resolver su vida. ¿Cómo? No tenía idea, pero estaba harto de dejarse consumir.

Un claxón sonó desesperado antes de que unas luces cegadoras le dieran contra la cara. Antes de que Jasper pudiera reaccionar lo siguiente que supo era que estaba empapado e intentando salir de su auto.

Luego de ahí, supo que ya no había nada más que hacer.

Lo que no nos dicen del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora