¡Veinte años no se cumplen todos los días! (Cap 3.1)

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Gerard

(10 años atrás)

No sé cómo me han convencido de que venga a esta discoteca hoy, mañana temprano tengo programada una excursión con mi grupo de alpinismo: vamos a subir al Pedraforca. ¡Y encima por la tarde tengo que estudiar como un cabrón para los parciales de la uni!

Es una locura estar intentando combinar mi vida social y mis colegas de siempre, con mi vida diurna y mi pasión por el montañismo ¡y mucho menos pretender sacarme el grado de derecho al mismo tiempo!

Quizá será mejor que anule la excursión. Hoy es el cumple de Joan y, al fin y al cabo, una noche, es una noche. ¡No recuerdo la última que salí! El Pedraforca estará en el mismo lugar la semana que viene... puede esperar y, mañana —cuando me despierte—, me encierro entre los libros y le pego duro. Sí, eso será lo mejor.

—¡Cómo me alegra que hayas venido, tío! —exclama Joan y me abraza en pleno estado de exaltación de la amistad tras las dos rondas de cubatas que llevamos.

—¡Veinte años no se cumplen todos los días! —respondo sonriente. Observo lo mucho que se ha arreglado para esta noche. Lleva el pelo negro, ondulado y corto, se ha afeitado bien la poca barba que tiene y se ha puesto tejanos y camisa.

Joan era el último que faltaba por cumplir los veinte. Está muy contento de que hoy estemos los cuatro juntos para celebrarlo. Nos conocemos desde el colegio y somos amigos desde entonces ¡los mejores amigos! Aunque nuestros caminos ahora se han separado desde que elegimos carrera y cada uno hace la suya, seguimos intentando vernos siempre que podemos y no perder la relación. La verdad es que he hecho amigos nuevos en la uni, pero ninguno como cualquiera de estos tres que tengo hoy a mi lado.

Miro a Edu cómo baila, es muy gracioso. Un tío alto y delgado como él, haciendo esos pasos exagerados —pero muy rítmicos—, es algo que no pasa desapercibido. Además no deja de saludar a todo el mundo. No sé cómo es posible que siempre conozca a tanta gente allá dónde vayamos, ¡es algo innato!

Marc aparece por mi lado, él está mucho más concentrado en analizar a las chicas de la pista, debe estar en busca de su próximo objetivo. Como encima no sabe lo que es un rechazo... Es el guapo del grupo. Con ese pelazo castaño que tiene, desorganizado, siempre con algún mechón cayendo por su frente; su nariz tan particular y dotándolo de mucha personalidad; la barbita, la mirada felina... ¡No me extraña que siempre acabe con la que quiera!

—¿Joan se tomará a mal si me lío con una chica esta noche? —pregunta queriendo que le dé mi opinión sincera.

—Mmmm... igual no le sienta del todo bien. ¡Con lo que nos cuesta quedar y coincidir los cuatro! Si desapareces igual se cabrea.

—Ya —acepta con mala gana y se echa los mechones que le caían por la frente hacia atrás—. Es que hay una morenaza en la pista que está como un tren.

Me río. Si ya tiene fichada a la tía que quiere, de poco servirá mi opinión o la de Joan. Cuando Marc quiere algo, no hay obstáculo posible que se interponga en su camino.

—¿Me está mirando? —pregunta dándome un empujoncito con su hombro.

—¿Cómo voy a saberlo? Si no sé quién es.

—Mira hacia la pista, a las doce y diez. Cuatro chicas, superguapas las cuatro, pero una especialmente exuberante y que mira hacia aquí todo el rato, esa es la que quiero conocer.

Me giro hacia donde dice y localizo el grupito. Son muy guapas, pero...

—Tío, ¡son pequeñas! —exclamo entre decepcionado y horrorizado.

El algoritmo de nuestro amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora