Gerard
Lena se queda en shock tras mi pregunta. Deposita las bolsas de la compra en el suelo como si pudiera fallarle la fuerza y prefiriera dejar las botellas a buen recaudo. Después, da un paso más, aproximándose. Luego otro, hasta quedar justo delante de mí. Diría que está procesando en su mente —a mil por hora— lo que le he dicho, e intentando recordar si me conoce o no. Su mano va directa a mi pelo, lo acaricia suave, como si fuera parte del reconocimiento.
Sí, lo llevaba mucho más largo cuando nos conocimos.
—Solo han pasado diez años... —murmuro aguantando el torbellino de emociones que tengo girando en mi interior desde que me ha dado dos besos en el súper y la he reconocido.
—Yo... no caigo... —comenta ofuscada con el entrecejo fruncido y la frente arrugada por el agobio—. Solo se me ocurre que hace diez años conocí a alguien... —continúa explicando. De pronto se lleva la mano a la boca y se la tapa, se la vuelve a destapar enseguida—. ¿Eres tú? —pregunta llena de asombro y alucine—. ¿Mi catalán desconocido?
Asiento sonriente. ¡No me ha olvidado!
—¿El de los churros con chocolate?
Vuelvo a asentir.
—¡Estás muy diferente! —exclama como si eso pudiera excusarla por no haberme reconocido desde el principio.
—¿Tú crees? Solo llevo el pelo más corto.
—¡No! Bueno... quizá sí. Es solo que en mi memoria eras un yogurín rubio con el pelo a capa y, ahora... ¡eres todo un hombre! ¿Y todo esto? —comenta tocando mis músculos asombrada y muy graciosa—. ¡No te habría reconocido nunca!
—Bueno, tenía veinte años y ahora tengo treinta. Sí, he crecido, está claro —comento entre risas—. Tú también estás muy distinta.
Acaricio su cabello rosa y los recuerdos de aquella noche vuelven a invadir mi mente.
—¡Ostras! —exclama de pronto como si acabara de caer en la cuenta de otra cosa todavía más heavy que esta.
—¿Qué?
—¡La puta loca soy yo! La del ghosting que comentabas antes.
Me río, ¡mucho!.
—Sí, me refería a ti. He intentado tirar de ese hilo pero no había forma. ¡No caías! Me estaba doliendo en mi ego masculino que me hubieses borrado así de tu memoria. Ya sé que solo fueron cuatro besos tontos, pero... no sé. Para mí significó mucho esa noche —confieso muy removido.
—Puedo asegurarte que para mí también —dice con seguridad y trascendencia implícita en el tono de voz y la mirada cristalina.
—¿Por qué no me dijiste tu nombre? ¿Por qué no me diste tu teléfono? —saco mis dos grandes dudas una tras la otra y me doy cuenta de que aún tengo la necesidad de entenderlo.
—Yo... tenía pareja en Madrid —explica recordando—. No era algo formal, pero era algo importante; mis padres se estaban divorciando; tenía dieciséis años; estaba bastante loca y... —suspira antes de completar la frase—. Y supongo que lo más importante de todo es que no estaba preparada para lo que sentí contigo.
Todo eso lo entiendo —creo— pero, ¿por qué no darnos los teléfonos?
¡No iba a acosarla!
—He pensado mucho en ti —confieso con un hilo de voz.
—Yo también en ti. Al final nuestra telepatía no funcionó —ríe sacando dramatismo al momento.
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El algoritmo de nuestro amor
RomanceGerard sabe lo que es vivir en la llamada «zona de confort», ese hábitat templado donde te sientes cómodo y a gusto. El orden, la tranquilidad y una muy estructurada rutina lo hacen sentir seguro, estable, sin riesgos, pero también sin grandes ince...