Lena
(10 años atrás)
Este chico, a cada rato que pasamos juntos, me gusta un poco más.
Nos hemos estado besando como si no hubiera un mañana. Sin nombres, sin promesas, sin expectativas. Dándolo todo. ¡Ha sido algo alucinante!
Lo poco que conozco de él me gusta lo suficiente como para cagarme en la distancia que hay entre Barcelona y Madrid, mi situación actual, el Ave que cojo mañana a mediodía y en no tener valor suficiente para irme con él a un hotel, ¡porque de ganas voy sobrada!
Pero será mejor así. Si encima es bueno en la cama, se me romperá el corazón. Prefiero no descubrirlo. Me volveré a casa pensando que la tiene enana y que no sabe cómo manejarla.
¡Mierda! Eso no va a funcionar.
La he tocado por encima de la ropa y de enana no tiene nada. Y lo de no saber manejarla es poco creíble moviéndose como se ha movido en la pista cuando me he puesto a bailar sensual sobre él. Además, tiene pinta de haber tenido experiencias y saber lo que se hace.
¡Me ha puesto supercachonda!
Andamos cogidos de la mano por las calles de Barcelona y solo nos cruzamos con gente que sale de un garito y va hacia otro; juventud en general, algunos pakis vendiendo cerveza y algún que otro borracho echando la pota, de eso también hay. ¡Y que no falte!
—¿Te gusta Barcelona? —pregunta rompiendo el silencio cómodo en el que estábamos sumidos.
—Me requetegusta. Quiero venir a vivir aquí cuando pueda.
—¿En serio? —responde sorprendido. Asiento.
—Tengo una tía que vive aquí, bueno, en un pueblo a las afueras; a una hora de la ciudad. He pasado algunos veranos en su casa y, quizá lo tengo idealizado por los recuerdos, ¡pero es que me encanta! Lo único que me echa para atrás es el catalán.
—Si necesitas clases de lengua privadas... —insinúa con una sonrisa de lo más macarra. Adoro el humor sexy que tiene.
—Déjame adivinar... ¿te ofreces tú y tu lengua experta?
—Por un módico precio, te doy un buen repaso con ella —añade con muchísima picardía mirándome de arriba abajo—. De catalán, digo.
—Tomo nota —respondo sintiendo cómo mi cuerpo empieza a generar calor desde dentro hacia afuera—. ¿Tú has estado en Madrid?
—Sí, me gusta mucho. Tiene siempre mucho ambiente, da igual si es martes o sábado. Me encanta la cultura de bar y terraceo que tenéis. ¡Ah! Y lo sociable que es la gente, me encanta eso también. Sales, ¡y haces amigos por todas partes!
—¿Has visto? Tú y yo acabamos de desmontar todas esas teorías de rivalidades entre nuestras ciudades —comento con gracia y mi amigo sonríe asintiendo.
—Eso es para los políticos.
Durante el rato que callejeamos por Barcelona, lo hacemos con un paso lento convirtiendo el recorrido en un paseo demasiado agradable, de esos que dan ganas de que no terminen nunca. Me gusta mucho esta ciudad, voy admirando su arquitectura, los edificios, ¡hasta los adoquines son bonitos! Y las baldosas que vamos pisando ahora mismo, tienen un dibujo como de una flor que me fascina.
—¿Qué te llama tanto la atención del suelo? —quiere saber mi amigo con una intriga muy divertida.
—Me encantan estas baldosas vuestras con la flor.
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El algoritmo de nuestro amor
RomanceGerard sabe lo que es vivir en la llamada «zona de confort», ese hábitat templado donde te sientes cómodo y a gusto. El orden, la tranquilidad y una muy estructurada rutina lo hacen sentir seguro, estable, sin riesgos, pero también sin grandes ince...