Sé un buen catalán y no te quejes (Cap. 6.2)

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Gerard

Tras mi pregunta, Lena se ríe muy despreocupada y sin rastro de incomodidad. Me sabe fatal estar haciendo preguntas tan íntimas. No las haría si no fuera porque me muero por entender lo que pasó aquella noche.

¿Por qué parecía que me deseaba pero desechó la opción del hotel?

¿Por qué dijo que era mejor no avanzar pero luego propuso ir al lavabo?

¿Por qué no me dio su maldito teléfono?

—¿Te pareció que no me atraías? —pregunta con sonrisa irónica.

—Me pareció que te atraía; luego desechaste la posibilidad de ir a un hotel y, después, me dijiste si se podía ir al lavabo o a un parque. Así que mientras volvía a casa, barajé todas las opciones posibles, y sigo sin descifrarte.

—Esa no es una tarea sencilla, Gerard —anuncia convencida y con cierto misticismo que me atrapa como lo haría la luz de una farola a una polilla.

—¿Crees que lo conseguiré antes de que acabe nuestra cita?

—Podría ser. Si te esfuerzas mucho —añade con travesura.

¡Me esforzaré todo lo que haga falta!

Presiono su mano mientras cruzamos otra calle y nos adentramos en el Parque del Turó. Es un parque que me encanta. Tiene un estanque, zonas ajardinadas, pequeños bosques de encinas y palmeras, esculturas, aves, flores, un chiringuito para tomar algo y mucha tranquilidad. Es un oasis en medio de la ciudad.

—Me encanta este parque —anuncia Lena embelesada en cuanto nos adentramos en él.

—A mí también. ¿Vienes mucho? —la duda me asalta. Ella se ríe y responde.

—A veces, cuando estoy visitando a algún cliente por esta zona y tengo que abrir el portátil, me escondo por aquí y aprovecho para relajarme un poco. Escribir con este sonido, esta paz y estas vistas, es mucho mejor que hacerlo a dos calles, donde todo son ruidos molestos, gente y prisas.

Bordeamos el estanque y nos dirigimos hacia una explanada de césped donde hay parejas tumbadas charlando, besándose, y otras tomando algo.

—¿Quieres sentarte? —propongo señalando hacia el césped.

—No tenemos manta, ni nada —aclara confusa y llena de dudas.

—Es solo césped. Y a esta hora está seco —lo toco realizando una comprobación y asiento confirmándolo.

—Acaba de asomar tu personalidad de montañista —reconoce con una sonrisa—, porque como abogado, no te pega nada tener una cita sentado en el césped.

—Me encanta la naturaleza. En todas sus expresiones.

—A mí me gusta... un rato —acota pensativa—. Creo que soy muy urbanita, me sacas del cemento y me pierdo.

Se sienta con las piernas cruzadas y yo me siento a su lado con las piernas extendidas y apoyando mis brazos a mi espalda para mantenerme erguido.

—Entonces... ¿esta vez estamos solteros los dos? ¿y disponibles? —intento confirmar. Al final no me ha quedado claro si tiene alguna relación o no.

Lena se ríe y se echa todo el pelo hacia un lado dejando que le caiga en cascada sobre su ojo derecho.

—Define «estar soltero» —pide antes de responder.

—Que estás solo, que no sales con nadie.

—Entonces no estoy soltera —confirma tan tranquila mientras a mí me da un mal—. ¡Pero sí estoy disponible! —exclama alegre—. ¿Es que tienes algo en mente que solo podamos hacer en caso de soltería?

El algoritmo de nuestro amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora