Lena—¿En serio? —pregunta mi desconocido algo desconcertado—. ¿Tienes novio?
¿Eh? ¿Yo he dicho eso?
—Tengo una relación pero no es muy seria. Es... un rollete.
—Ahhh —murmura aliviado.
—Antes no me has dicho qué estás estudiando.
—¿Qué estudias tú? —responde un poco a la defensiva. Diría que no le ha sentado bien eso de que tenga un rollete en Madrid.
—Ehhh... primero de bachillerato.
—¡Ay, Dios! —exclama asustado—. ¿Tienes dieciséis años?
Asiento una sola vez, de nuevo lo hago lentamente.
—Pffff. Menos mal que no hemos llegado hasta el final —resopla aliviado.
—¿Y eso a qué viene? —pregunto alucinada.
—¿De verdad me lo preguntas? Ni siquiera sé si es muy legal desearte como te deseo ahora que sé tu edad.
—Pues te prometo que si hubieras llegado a mojar tu porra en mi... chocolate, no estarías planteándote nada más que la posibilidad de volverlo a saborear.
Se parte de risa como respuesta y yo también. Me encanta su risa. Es varonil, fuerte, sincera. Tras unos instantes de silencio cómodo, vuelve a un tema mucho menos ardiente.
—Estoy estudiando derecho.
—¡Derecho! —exclamo sorprendida—. ¡Ahora entiendo eso de que no tienes tiempo para relaciones!
Hace una mueca de fastidio que lo confirma.
—Así que, aparte de estar así de potente, ¿eres buen estudiante? ¡Qué buen ojo tengo para elegir melones!
—¿Me estás llamando melón? —pregunta sin perder la sonrisa.
—Era solo una expresión mía, no me hagas caso —pido acercándome a él por encima de la mesa y limpiando un poco de chocolate imaginario de la comisura de esos labios tan gorditos y comestibles que tiene. Como en esa distancia más corta no me controlo con él, me lanzo a por ellos y la sorpresa llega cuando él responde. Lo hace con tanta intensidad, ¡como si llevara rato deseándolo! Y acabamos completamente liados, mesa por medio.
Cuando estoy a punto de perder el equilibrio y caerme sobre las tazas y liarla parda, me separo de él, ¡muy a mi pesar!
—Con chocolate estás todavía más sabrosa —murmura como si fuera un pensamiento en voz alta a la vez que se relame.
Mis labios se curvan de forma automática. No dejo de sonreír ni de reír desde que lo he conocido.
¡Jolín con el catalán este!
—Cuando esté en Madrid y piense en ti, incluiré este chocolate por encima de tu cuerpo —planeo en voz alta demasiado sincera, otra vez.
Veo cómo su mandíbula se tensa y su nuez baja y sube despacio.
—¡No más provocaciones, Samantha! —pide como si fuera un ruego desesperado.
—Perdón. Ha sido sin querer, ¡lo juro! Me haces perder las formas.
—¿¡Yo!? —pregunta muy sorprendido señalándose. Asiento una sola vez con mucha seguridad.
El ambiente se queda completamente tenso entre nosotros. Y toda esa tensión tiene un nombre: deseo sexual.
—Oye, y cuéntame ¿te gusta lo que estás estudiando? ¿es tu sueño ser abogado? —pregunto intentando dirigir esto a algo menos caluroso.
Él carraspea antes de contestar, como si se hubiese quedado sin voz.
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El algoritmo de nuestro amor
RomantizmGerard sabe lo que es vivir en la llamada «zona de confort», ese hábitat templado donde te sientes cómodo y a gusto. El orden, la tranquilidad y una muy estructurada rutina lo hacen sentir seguro, estable, sin riesgos, pero también sin grandes ince...