La he encontrado (Cap. 5.2)

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Gerard

—¿Cómo me han quedado las hamburguesas? —pregunta Marc satisfecho y orgulloso.

—¡Las mejores del mundo! —exclama Edu muy generoso.

¡Que son hamburguesas a la barbacoa! Tampoco es que haya hecho una deconstrucción de fillette mignon.

—No están nada mal —apunta Joan entre bocado y bocado.

—¿Tú no dices nada? —pregunta Marc mirándome a mí.

Levanto mi pulgar en el aire y termino de masticar.

—¿Por qué estás tan callado? ¡tío! Para una noche que que estamos los cuatro, ¡date un poco de vida!

—Las piedras estarán ahí cualquier otro día, tampoco pasa nada si mañana duermes y descansas —dice Joan antes de dar otro bocado a la hamburguesa.

Me da la sensación de que esta conversación la tenemos desde hace diez años y se va repitiendo cada vez que nos vemos.

—Marc, ¿tú te acuerdas del veinte cumpleaños de Joan? —suelto curioso.

Marc sonríe haciendo memoria y asiente.

—¡Cómo para olvidarlo! Te pillaste de la chica aquella misteriosa y nos diste la lata durante siglos —se queja Edu.

—Ufff, sí, ¡qué pesadez! —coincide Joan.

—Gracias, colegas, ¡no sois más majos porque no se puede! —ironizo.

—¿Aún piensas en ella?

Miro a Marc sorprendido por el tono serio que ha usado para preguntármelo. Es como si realmente quisiera saberlo o le preocupara que así sea.

—A veces, sí.

—¿Crees que un día irás a Madrid y la encontrarás? Porque esos viajes que haces a la capital de vez en cuando, me da a mí que encierran algo más que tu pasión por el tapeo y los musicales.

El cabrón me conoce demasiado bien.

—Si el destino lo quiere, un día saldrás de fiesta con tus colegas y se obrará el milagro —se cachondea Joan—. Ah, no, espera, que tú ya no sales de fiesta con tus colega.

—¡Habló! —escupe con rabia Marc—. ¡Desde que estás prometido hay que hacer una instancia para poder verte.

—Oye, oye, oye, que estábamos hablando de Gerard y su obsesión insana por la desconocida. No os desviéis —pide Joan intentando librarse de reconocer que tenemos razón.

—Y vosotros ¿qué? —suelta Edu de pronto mirándonos a Marc y a mí—. ¡Que ayer os fuisteis de birras y ni avisasteis!

Joan intentando darme puñetazos mientras abuchea provoca que me levante y me lleve el plato a la cocina. Cuando vuelvo al comedor siguen con el cachondeo y metiéndose conmigo.

—Imagina que un día vas a Madrid y te la encuentras ¡y está feísima! —dice Joan—. Hay tías que envejecen fatal, ¡te lo digo!

—Sí, o descubres que es una desequilibrada o una borde de mierda —añade Edu—. Tal como se comportó aquella noche, todo apunta a que sea así.

Razón no le falta, eso mismo he pensado yo también muchas veces.

—Puede que esté igual que cómo tú la recuerdas —comenta pensativo Marc—, pero también puede ser que, aún gustándote físicamente todo cuanto tú quieras, no sintáis nada el uno por el otro, simplemente porque sois dos completos desconocidos. Solo os une un recuerdo adolescente magnificado por las hormonas, el alcohol y las circunstancias de aquella noche.

El algoritmo de nuestro amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora