Yo lo que necesito es romper con todo lo establecido (Cap. 1)

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Gerard

Normalmente, las dos horas de clase, me pasan volando. Sin embargo, hoy, se me está haciendo muy largo. ¿En serio aún no son las diez? Vuelvo a mirar de reojo el reloj de la pared derecha. Parece que las agujas no se mueven. Como faltan veinte minutos más, y ya no tengo energía para explicar ninguna cosa más del temario, les digo que aprovechemos el rato que queda y que pregunten cualquier duda que tengan. Resulta ser muy buena idea, estoy contestando a la cuarta cuando suena el timbre. ¡Por fin!

—Hasta el lunes, profe —se despide un alumno al pasar por mi lado escopeteado.

—Mañana atentos a la nube, que os subiré unas lecturas complementarias ¡para que aprovechéis bien el puente! —exclamo antes de que se vayan.

Se oyen abucheos generales y los miro con cara de «¿en serio?». A veces me siento igual que si fuera profesor de primaria. Solo que en mi clase el más joven tiene dieciocho años y alguno tiene incluso treinta, igual que yo.

—¿Planes interesantes para el puente? —pregunta Nora acercándose a mi mesa mientras yo recojo mis cosas y las meto en mi mochila.

Me mira con ganas poco disimuladas y sé que después de esta pregunta vendrá la propuesta de hacer algo juntos.

—No me tientes, Nora... Sigue en pie mi profesionalidad y las normas de no relacionarme con alumnos —le recuerdo con tono serio, pero se me escapa una sonrisa.

—¡Ya va quedando menos, profe! Cuando acabe el curso a ver con qué excusa me sales —responde ella con una sonrisa coqueta y se dirige hacia la salida.

La parte femenina de mi clase es muy joven para fijarse en mí; sin embargo, hay tres alumnas algo más mayores de las cuales, dos, me miran con buenos ojos. Nora, concretamente, ya no solo me mira, sino que en dos ocasiones me ha propuesto ir a tomar algo al salir de clase.

No es que me disguste la idea, al contrario: es una chica que me transmite buenas vibraciones, pero soy muy profesional. Aunque ambos somos adultos y no tendría por qué ser un conflicto. También me frena que estoy de suplencia de una baja y sería genial quedar bien con la universidad. Me ha gustado mucho que contaran conmigo para este caso y sería genial que pudieran volver a hacerlo más adelante. Esto de la docencia me está gustando más de lo que pensaba. El tercer motivo —y no por ello menos importante— es: ¿qué pensaría mi familia si acabo saliendo con una alumna del grado de derecho?

¡Oh, no! Qué decepción tan profunda se llevarían.

Para los Vilarasau una alumna no cumpliría con los estándares para ser la futura madre de mis hijos.

Ellos, que en cada comida familiar no pierden oportunidad de recordarme que ya tengo treinta años ¡y que debería estar con planes de boda!, y no soltero y sin compromiso ni novia a la vista. Si alguien se pensaba que eso solo les pasaba a las chicas, siento la sorpresa: en mi familia la solterona soy yo.

Mi hermana, Julieta —dos años más pequeña que yo—, con veintiocho ya se ha casado y está embarazada de mellizos. Así que solo falta que encuentre a la mujer perfecta —para ellos una abogada recibida y bien colocada o una cirujana de prestigio, como mínimo—, nos casemos y tengamos dos hijos de golpe o bastante seguidos, para que el cosmos recobre su equilibrio celestial y ellos puedan respirar tranquilos. ¡Nada! ¡Poca cosa!

¿Presión he oído? ¡No! ¡Qué vaaaa!

¿Qué si soy un poco sarcástico? Ehm, pues sí.

Pero ¿qué hago si no me tomo con un poco de humor toda esa locura?

Yo no tengo planes de cumplir con sus expectativas por ahora. Básicamente, porque quiero dar todos esos pasos con ilusión y deseo, no porque «ya es la hora» o la sociedad dicta que debería hacerlo. Y, hasta el momento, no he conocido a la persona con la que haya sentido que quiero darlos todos.

El algoritmo de nuestro amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora