10. Reencuentro. Parte dos.

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—¡Por aquiiiií!

—Shh, no grites.

—A que te hago gritar a ti.

—Qué dices ahora...

—De placer, je je.

—¡A que te mato!

—Que sea a besos, bebé.

—Ugh, serás...

Lo último que la sobriedad de Thomas le permitió asimilar fue el caos momentáneo que se creó en la fiesta después de que Maeve dejara tirada a su banda y desapareciera. Después de eso siguieron tocando y se volvió a crear un buen ambiente, pero el castaño ya no recordaba mucho de eso, pues se bebió todo aquello que Mason le ofreció y bailó con él hasta que sus pies comenzaron a fallar y no distinguía las figuras de la gente.

Aún así, en estos momentos, un rato más tarde, Thomas no estaba muy borracho, o por lo menos en ese momento no lo sentía (a saber qué recordaría mañana), pero mientras se dejaba arrastrar por Mason entre los pasillos de la facultad de Deportes y se dejaba empujar a un aula vacía, le costaba verlo todo con claridad. La luz de las ventanas penetraba su retina en forma de borrones indefinidos, y la expresión de Mason le resultaba confusa, indescifrable. Si fruncía el ceño, podía distinguir su sonrisa traviesa, y su mirada chispeante, y sentía sus manos acariciando su cintura mientras lo arrinconaba contra la mesa del profesor, vacía de autoridad y presencia en esos momentos, un objeto más en la oscuridad del cuarto.

—Thomas... —Su aliento cosquilleaba su oreja, si girara la cabeza sus narices se rozarían, o quizá sus mejillas, o sus...

—Mmh... —gimoteó con los ojos cerrados, no quería abrirlos, no quería marearse más. Las manos de Mason tanteaban la piel bajo su camiseta negra, de vez en cuando rozaban el borde de su pantalón, creaban un poco de presión, pero nunca llegaban a penetrarlo, tan solo subían de nuevo.

—Thomas —Su voz sonaba áspera, y agitada, y esta vez sí que se atrevió a rozar la piel de su lóbulo con sus labios. Incluso estando ebrio, Mason seguía teniendo el control, dejando pequeños besos sobre su tez y bajando por esta hasta llegar a su cuello, respirar pesadamente sobre él.

La parte sobria de Thomas estaba en pánico, su corazón latía con fuerza. Mason lo había confundido con una chica, con uno de los ligues que siempre se traía a casa tras salir de fiesta, y ahora jugaba con él igual que solía hacerlo con ellas. Le daba rabia, porque sabía hacerlo bien, y conseguía descompasar su pulso, acelerar su respiración, hacerle pensar en el "quizá", en el "y si", porque... ¿y si se dejaba llevar? ¿Realmente podía ocurrir algo con su mejor amigo?

—Mason, paara... deberíamos volver a la fiesta, que no soy una churri —Soltó una risa boba, y en otras circunstancias Mason se habría separado y habría bromeado al respecto, y después le habría enseñado fotos de chicas guapas a Thomas y le habría pedido su opinión.

Pero esta vez no se movió. Esta vez sus labios se movieron a su mandíbula, y apegó su cuerpo al de Thomas con su característica sensualidad, no dejándole espacio para escapar, haciéndolo sentir pequeño, igual que lo hacía cuando lo sentaba encima suyo y lo abrazaba, o cuando acariciaba su pelo mientras veían alguna película.

Thomas podría empujarlo con fuerza, quitarle importancia a todo y volver a la fiesta donde observaría resignado como Mason se morreaba con cualquier chica medianamente agraciada. Podría hacerlo, debería hacerlo... pero no quería.

Él era la churri de Mason esa noche, él se lo dijo. Le prometió que pasarían la noche juntos, y si ahora lo apartaba de su lado, Mason acudiría a otra persona, y se olvidaría de él, y Thomas no quería eso. Si esta era la forma en la que conseguiría que Mason se quedara de su lado, lo aceptaría. Seguramente tampoco haría mucho más, se quedaría dormido igual que la última vez, y Thomas podría recordárselo por la mañana, y reírse de él y luego jugarían juntos al Minecraft y tendría que volver a explicarle a Mason cómo se jugaba y...

PERHAPS WE ARE GREY ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora