El dedo índice se ensució de gris; el polvo.
Mediante las cristaleras de la puerta de la cocina se escuchaban susurros. Jacob ocultaba la voz entre tintineos de jarras y sartenes, vasos y cubiertos, cajones y armarios.
—¿Estás bien? —musitaba—. Sí, bueno, no me puedo quejar.
El dedo índice se ensució de gris; el paso del tiempo. Enmarcada en sus manos sonreía la foto de su mamá.
» No sé... No sé si estoy preparado.
Había aprendido a no estallar, pero ahora se moría de tristeza. Se sentó en una butaca de color ceniza, dejó la foto sobre la mesa y entrelazó las manos sobre el regazo. Desde ese ángulo podía ver a Jacob con el móvil contra su oído. Habían pasado cinco años, y ahora que lo miraba a través de la cristalera se daba cuenta de lo mucho que Jacob había madurado; los aros de oro creaban un efecto de luz que lo vislumbraba.
»¿Qué? ¿Estás bien?
No estaba molesto con él, estaba decepcionado consigo mismo por abandonarse, por haber acabado en esa posición de nuevo. Desde ese ángulo podía verlo todo mucho más claro. Deseaba que Dante fuera tan estúpido como él, que lo quisiera tanto como él lo quería. Que si debía irse que fuera a ser abrazado por unos brazos que lo amaran.
»¿Con Liam? ¿Y, qué tal fue?
Desde ángulo ya no había cabida para cólera, gritos, fastidio. La melancolía era gris, no tan viva como el color azul, pobre y monótona; cenizas de lo que fue y no volvería a ser.
»¿Oye, sigues ahí?
Jacob presionó botones una, dos, tres veces. La manilla de la cocina se giró y Jacob se adentró en el salón. Las plantas habían crecido, poco a poco, con el mismo paso del tiempo que llenaba de polvo las fotos, se irguieron y culminaron las macetas de la estancia.
—Jacob, espera —Le agarró de la mano. Electricidad de un amor perdido, polvareda de quien había sido incendiado. Jacob Johnson y Nathan Aldrich se miraron a los ojos, como la primera vez de su primera vez, como la última—. La psicóloga me ha dicho que tengo algo que decirte.
La tensión fue evidentemente, Jacob se apretó el móvil contra el pecho y respiró con dificultad.
—¿De qué quieres hablar? —preguntó, aunque era redundante.
—De que todo esto es muy difícil —Ambos pensaban que continuaría la frase, pero se quedó bloqueado en ese punto. No solo en ese punto de la frase, se quedó en ese mismo lugar inmóvil, cual efigie de la antigua Grecia, monolito de la prehistoria. En el polvoriento salón de la casa abandonada que había decidido habitar, con la madera desdeñada circundante, continuó—. Jacob, te quiero.
Era obvio, tan obvio como el sabor cítrico de los limones; una ternura incapaz de ignorar, una conmoción tan grande que aunque intentes ocultarla te hace arrugar la nariz. Se le hacía agua la boca, sabor zumo de limón, cuando estaba con él.
—Es que te quiero —repitió—. Sé que estabas hablando con Dante ahora, y puede parecer de manipulador emocional que te lo diga ahora —rió—. Pero, quería que lo supieras. La última vez no pude decirlo.
La última vez, cuando los pasillos olían a ambientador de flores, y Jacob se sentía adormilado, cuando Nathan Aldrich le sonreía desde el centro del aula, con su cabello bien peinado como de costumbre y un pincel de madera jugando entre sus dedos.
—Sí, estaba hablando con Dante. Solo que, no sé.
—No digas nada, hablaremos de ello cuando quieras y puedas.
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PERHAPS WE ARE GREY ©
Teen FictionEl gris, el color de la monotonía, la nostalgia, los secretos, la pérdida progresiva, la cercanía con el fin. Si lo mezclas con otros colores, se ensucian, se corrompen y se deterioran. A Nathan le gusta el gris; un color neutral, que nunca cambia y...