Si no fuera porque tenía la certeza de que tenía venticuatro años bien cumpliditos y un poco de barba desaliñada por la mandíbula, se hubiese creído que era, en realidad, una quinceañera vestida de rojo carmesí a punto de ir con su casi-novio, dados de la manita, al baile de graduación.
Esa debía ser la razón por la que se sentía tan inquieto: porque era un adulto de veinticuatro que se había comido a una adolescente de quince, y no porque estuviera a punto de salir de casa por primera vez en una semana. Una semana fuera de la comodidad de su zona de confort, de los sonidos y olores a los que estaba acostumbrado.
Nadie sabía cómo olía dentro de la casa de su madre ahora. No apestaba a "limpieza exhaustiva a las tres de la mañana cuando tu hijo duerme" como lo hacía cuando él era pequeño, o a "comida que hago a las siete antes de ir a trabajar para que el chiquillo pueda comer". Ahora olía a tapetes de crochet de la abuela bajo jarrones de tulipanes de plástico, televisiones de fondo, figuritas de porcelana blanca, sofás viejos. Nadie sabía cómo olía el paso del tiempo.
Creían que se encerraría en su casa o que saldría de fiesta, pero Dante había vuelto a casa de su madre. No era lo mismo estar solo en una casa dividida por una separación reciente que volver a una casa que siempre había estado fragmentada por un abandono. La segunda opción era más cómoda; costumbre familiar.
Se había pasado los últimos siete días encerrado en su habitación de adolescente viendo series policiacas de Netflix. Todo esto, mientras zampaba la comida basura con peor pinta que se había encontrado en el 24/7 de la calle de enfrente. Empezaba a pensar que era una forma de autotortura.
Además de torturarse, le gustaba ser, o al menos parecer, útil. Esperaba que su madre volviera de trabajar y le preparaba la cena, frotaba la encimera desgastada de la cocina y el polvo de las cristaleras. Habían cambiado las tornas; ahora él le preparaba comida a su madre, él se quedaba hasta tarde limpiando mientras ella yacía exhausta. Era un murciélago demente, se acostaba por el día atiborrando su cerebro de estimulos para evitar el surgir de ningún pensamiento, limpiaba y cocinaba como un maniaco por las noches.
Hoy, solo hoy, se las había arreglado para volver a parecerse al Dante Miller que todos conocían y adoraban, y no al Dante Miller de verdad, el chaval de Counter Street que estaba teniendo la crisis nerviosa más grande de su vida.
Tenía que alejarse de ese Dante Miller lo máximo posible esa noche.
Era una noche prematura, lenta y silenciosa. Los coches corrían por la carretera, pero no hacían ruido. Olía a noche de verano, aunque lejos estaban del calor del estío que los había abrigado el año anterior. Pensó en el año pasado, y como un soldado que juega con su propia arma y acaba automutilándose, pensó en Jacob. El sofá de casa era extrañamente grande si no lo ocupaba él y el resto de personas eran espacio vacío.
Llovía si miraba las luces de las farolas o los charcos de las esquinas. Llovizna silenciosa y letal; solo te percatabas de ella cuando ya estabas empapado. Un BMW negro parpadeó sus luces frente a la casa, se acercó a la acera. Debía de ser él.
Esperaba un saludo, algo que lo animara a entablar esa primera conversación que corría el riesgo de ser lo más incómodo de la noche (nada supera el malestar de un viaje en coche en silencio). Pero nada. El conductor del BMW no bajó la ventanilla cuando Dante se acercó al coche, lo miró a través de la ventana y con un gesto lo animó a que pasara adentro. O eso quiso creer. Dante entró en el auto desconocido. Olía a lavanda, lo primero que olía que no fuera desinfectante desde hacía semanas.
Era un coche pequeño y antiguo, probablemente heredado de su hermana, pensó. En ese pequeño espacio cálido el frío del exterior solo se percibía por los restos de la helada en el parabrisas.
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PERHAPS WE ARE GREY ©
Teen FictionEl gris, el color de la monotonía, la nostalgia, los secretos, la pérdida progresiva, la cercanía con el fin. Si lo mezclas con otros colores, se ensucian, se corrompen y se deterioran. A Nathan le gusta el gris; un color neutral, que nunca cambia y...