A veces cedía a su retorcida imaginación. Desamparada en las calles de los recuerdos, giraba la esquina: descansar la cabeza sobre la almohada, soltarse la melena sobre la sábana, murmurar a medianoche, conversar en la oscuridad.
Las palabras son distintas por la noche, lo había aprendido joven. Cuando la luna cuelga del cielo y la luz del pitillo ilumina, es peligroso abrir la boca. No es fuego lo que se pronuncia, pero sisea. Las palabras son distintas por la noche, las culminan muletillas como «sí, capitana» a veces, «de nada, soldado» otras. Jamais vu. De noche se habla de más.
Habían compartido mensajes por Messenger día sí y día también, utilizando el recurso como medio para maldecirse la una la otra. Maeve insistía constantemente: «¿estás bien?», «¿ha llegado tu pareja a casa?», a veces quería preguntarle: ¿te ha hecho daño? Sin embargo, era más fácil molestarla, mejor parecer una cansina que abandonarla. No quería abandonarla como hizo ella años atrás:
X kda mnsj q tenvio me cbran 1riñon
ps no m hables
ok
dverdad n m vas hablar
siesq en el fondo tgusta
no m hables
jaj
hola
hola?
hola!
Cerró la aplicación y la llamó por teléfono:
—¿Te cobran por mensaje?
—Eso es, pero hay límite de caracteres.
—Ajá, entonces, ¿prefieres hablar por teléfono?
—Sí.
Maeve estaba tumbada de lado, el móvil contra su oreja. No quería saber si Emily también lo hacía. Tenía que dormir. Una pequeña interferencia las empujó a hablar:
—¿Puedes oírme?
—Sí, ¿tú a mí?
Eterno sentimiento de paz que se abría paso y dolía al salir. Habían estado allí, Maeve había hecho esa pregunta antes, Emily había respondido lo mismo la última vez, pero era imposible. Había pasado toda una vida anhelando piel y carne, como una caníbal, y ahora, su plato estaba lleno, su estómago vacío.
Fresca, idiota, ingenua juventud. Miserable, impotente, perdida juventud. Incluso si te ahogas en suciedad, a los dieciocho años la piel no se mancha, el camino aún es desconocido. A esas alturas, ya habían tomado las decisiones que había que tomar, no había vuelta atrás, ni voluntad para hacerlo.
—Háblame de tu ropa —susurró Maeve y cerró los ojos para escucharla contestar:
—Tengo una pequeña máquina de coser en mi habitación —musitó—, a veces descargo patrones de internet, los recorto y los uso como plantilla para la tela. Cada primavera me hago vestidos florales, son mis favoritos.
Lo sé.
»Cada año adapto la tela a mis medidas con alfileres. Después, la coso con la máquina.
¿Por qué tienes que tomarte las medidas cada primavera?
»Tengo que andar con cuidado, alguna vez he tenido algún susto. Alguna vez me gustaría hacer vestidos para alguien más.
No, no lo digas. Es peligroso.
»Podría hacerlos para ti.
—¿Sigues despierta? —No provenía de la otra línea, sino de la puerta. Aida lucía un vestido de seda negro como la noche—. ¿Con quién hablas?
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PERHAPS WE ARE GREY ©
Teen FictionEl gris, el color de la monotonía, la nostalgia, los secretos, la pérdida progresiva, la cercanía con el fin. Si lo mezclas con otros colores, se ensucian, se corrompen y se deterioran. A Nathan le gusta el gris; un color neutral, que nunca cambia y...