Solo estaban ellas dos en la pequeña pero acogedora habitación. Las luces LED estaban configuradas en un tono escarlata que añadía sensualidad al ambiente; para eso las había comprado.
Su portátil descansaba en la mesilla, dejando sonar su playlist de canciones lentas y sensuales, pero siempre a un volumen bajo. Le encantaba disfrutar de todos los sonidos: los chasquidos de los besos, los gemidos, los sonidos húmedos del acto... sus estímulos sensoriales estaban más sensibles que nunca.
Abrió los ojos lentamente, y se encontró con la misma imagen de siempre, pero esta vez con un rostro distinto. Una chica de una edad similar a la suya, tumbada sobre sus sábanas y mirándola expectante. Le encantaba esa mirada desesperada por más; la hacía portadora de ese poder que siempre había ansiado y que tanto le había costado conseguir.
—¿Qué pasa? ¿Quieres más? —Una sonrisa burlona acompañaba su tono provocativo, y la otra chica no supo hacer más que asentir rápidamente con la cabeza.
Podría provocarla un poco más, de esa forma que todas las chicas amaban, acercando su aliento y luego alejándose, convirtiéndola en una ruina de lágrimas y súplicas.
Pero esta vez ella también estaba desesperada. Quería probar a la chica que tenía delante: besarla, morderla, marcarla de esa forma suya tan particular, impidiéndole olvidarse de ella por un tiempo. "Ser su mejor polvo", ese era su objetivo, con ella y con todas, hacerles sentir todo lo que los hombres nunca llegarían a conseguir.
—Luego no podrás echarte atrás —Le guiñó el ojo, y se abalanzó lentamente sobre su presa.
Era hora de la acción.
***
La chica se fue temprano por la mañana, y cuando se despertó se encontró su cama vacía. Ya no recordaba su nombre, pero tampoco importaba; no la volvería a ver. Ella, sin embargo, seguramente se acordaría del suyo tras gemirlo tantas veces, y se arrepentiría de no haberle pedido el número. Daba igual; tampoco se lo habría dado.
Si se miraba en el espejo, aún se sorprendía de vez en cuando. Su yo de hacía cinco años no la reconocería, pero seguramente estaría orgullosa de ella. Ya no era la chica tímida y tonta de entonces; ahora incluso se había atrevido a hacerse varios piercings en las orejas, y decorar su pelo azabache con mechas moradas que le ganaban varias miradas reprobatorias de las señoras mayores en la calle. Antes le hubiera importado, ya no.
—Qué, ¿por fin sola? —Una voz grave y apacible se ganó su atención desde la puerta, y le regaló una sonrisa traviesa. Él también había cambiado, aunque no tan radicalmente. Ahora su pelo era más largo, y solía recogerlo en un pequeño moño. Sin embargo, su armario seguía lleno de ropa deportiva, y su cuerpo estaba más trabajado que nunca.
—Ya tocaba. Menos mal que esta sabía cuándo irse, la de la semana pasada aún estaba aquí cuando me desperté, y no sabía cómo echarla.
—Eres demasiado cruel; algunas aún son universitarias.
—Mientras sean mayores de edad, a mí me vale —Se encogió de hombros, y él suspiró, pero no dijo nada más. Se acercó a su cama y se sentó en el borde, observando la habitación con la mirada perdida. A los segundos volvió a hablar.
—Hoy iré a comer con Savannah, así que no me esperes.
—Oh, ¡genial! Dale besitos al pequeño Noah de mi parte.
—Perfecto.
Se sonrieron, igual que cinco años atrás, cuando ambos estaban aún en el armario, oprimidos en un pequeño pueblo que no les deseaba nada bueno a ninguno de los dos. Ahora podían vivir libres en la ciudad, juntos en su pequeño y bohemio apartamento, y no podrían estar más satisfechos.
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PERHAPS WE ARE GREY ©
Dla nastolatkówEl gris, el color de la monotonía, la nostalgia, los secretos, la pérdida progresiva, la cercanía con el fin. Si lo mezclas con otros colores, se ensucian, se corrompen y se deterioran. A Nathan le gusta el gris; un color neutral, que nunca cambia y...