5. Electricidad de un amor perdido

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El gorro de lana negro, los jerseys anchos y el alborotado pelo marrón que recordaba habían desaparecido.

Eran ahora pómulos afilados, ojos extraños e intrigantes, piel de porcelana salpicada por pecas, mechones castaños peinados hacia un lado, dos pendientes dorados enroscados en rizos y una chaqueta de lana.

Las camisas blancas, los chalecos, la laca de pelo y la arrogancia tampoco estaban. Los reemplazaba una melena rubia despeinada, ojos sinceros y amables, una bufanda de cuadros y un cardigan beige.

Mucho antes de que el tiempo los torturara habían sido Jacob Johnson y Nathan Aldrich, dos jóvenes inexpertos que habían probado a enamorarse y habían salido perdiendo.

Jacob Johnson era tímido y socialmente inepto; sonreía cuando no debía, se quedaba callado cuando todos esperaban una respuesta y era inoportuno. Era, sin embargo, tan dulce y cariñoso como un niño pequeño. Le gustaba observar, aprender, juzgar, preguntar más de la cuenta, entender lo que lo rodeaba.

Nathan era frío, solitario, calculador, ambicioso, apático; cortés solo cuando le convenía y desagradable cuando no tenía interés. Pero también era apasionado y tierno cuando nadie miraba, burlón, y más llorón de lo que dejaba ver.

Se vieron y los recorrió el viento de la nostalgia, el poder del tiempo, la electricidad de un amor perdido. Quizá era un recuerdo, quizá era verdad, pero volvían a mirarse a los ojos como lo hicieron la primera vez, con el mismo pavor en la mirada de Jacob aún sintiendo el pecado de haber besado a Liam, "Vete, no se lo digas a nadie" murmuraba. Como la última vez, cargada de deseo, de desesperación, de anhelo, que susurraba una y otra vez: "No me dejes ir, di algo". Había conversaciones enteras perdidas en sus miradas.

—¿Jacob? —Tal vez se confundía, debía ser otro de sus sueños. La pareja del bar dejó de besuquearse y miró curiosa, el pianista se confundió de tecla y la canción se volvió disonante.

—¿Nathan? —Escuchaba palpitar su corazón como el redoble de un tambor o el bajo de la melodía. La voz sonaba más grave, tal y como lo recordaba de la exposición. Que pronunciara su nombre parecía un tabú.

—Ho... hola.

Lo observó caminar como en una ensoñación, pero con una claridad deslumbrante: vio como frotaba sus manos intentando hacerlas entrar en calor, la media sonrisa que dedicó al camarero, y sobre todo, cómo lo evitaba.

—Un... —Miró de reojo la copa de vino de Nathan—. Una copa de vino —El empleado asintió, la tensión entre los desconocidos era lo más divertido que le iba a pasar esa noche. Sacó la copa, abrió la botella y vertió la bebida en ella. Se escuchaban las gotas deslizarse al ritmo de la melodía que seguía sonando, una antigua pieza de jazz que los mecía en la inquietud. Aldrich siguió el ritmo de la música con los dedos. Tragó saliva. A su espalda alguien tosió.

Cada vez que inclinaba la cabeza para beber contemplaba al joven. Jacob Johnson no parecía él, había una calma en la forma en la que se movía y una expresividad que cinco años atrás nunca demostró. Sus ojos estaban tristes, parecía haber llorado.

Bebió un poco más de su copa, el contrario entrelazó sus dedos sobre la barra y se mordió los labios, Nathan recogió su pelo detrás de su oreja y repiqueteó sus dedos siguiendo la melodía, Jacob se llevó las manos a las sienes y las masajeó; la tensión era evidente.

Nathan dio un pasito hacia él. Aclaró su garganta:

—¿Qué... qué haces por aquí? —Puso en práctica la altanería que hacía años que no utilizaba, no quería parecer desesperado.

—He pensado que podía tomar algo —contestó amable—. ¿Tú qué haces?

—Se me ha jodido el coche —Miró hacia la ventana del establecimiento—. Se lo ha llevado la grúa hace un rato.

PERHAPS WE ARE GREY ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora