¡Sorpresa!

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No sé como empezar a describir esto que siento. Estoy sentada en el piso del baño, sola y sostengo la quinta prueba de embarazo.

Todas son positivas.

Me siento como adormecida, como si el suelo estuviera cayendo poco a poco. No se como interpretar esto que siento mas que adormecimiento.

Odio esta sensación, cuando tuviera mi primer hijo, no quería sentir esto, quería sentir emoción. ¿Qué se supone que le diga a Salvador? Apenas tenemos tres meses de ser novios. Ni si quiera nos amamos, al menos yo no siento que lo amo. Lo quiero mucho, eso es cierto, pero amarlo es un rango emocional que vas allá de todo. Y eso estoy segura que no lo siento.

Sé que no abortaría, pero esta no es la situación que tenía en mente.

Es hora de levantarme. Necesito estar tranquila y con la mente clara para saber como es que se lo voy a decir.

Me acuesto en la cama y me pongo a llorar.  No se a quien acudir, ya le he marcado varias veces a Renata, pero no hemos hablado en mucho tiempo y Karen estaba ocupada. Me siento tan sola...

Veo entre mis contactos los nombres y entre los primeros el nombre de Bruno sale a relucir.

Mis dedos se mueven por voluntad propia, por lo que antes de pensarlo, estoy marcando.

Apenas suenan dos veces  y el contesta. — ¡Hola, loca! Hoy te estuve esperando en el gimnasio. — se escucha alegre. Me tomo un tiempo para responder sin que se escuche mi voz de llanto. —  ¿Ana, todo está bien?

Pero me rompo. Lloro mucho.

— ¿En dónde estás?— se escucha preocupado y está moviéndose.

— Estoy en mi casa, estoy bien. Solo...— se escucha el motor de su auto.

— No te muevas, estoy llegando. — dice y me cuelga.

Me levantó de la cama y voy al baño para lavarme la cara. No quiero que me vea en estas condiciones, lo estimo y es un buen amigo, pero no quiero que me vea llorar.

No tarda mucho y el timbre del conmutador  suena.  Voy a la entrada de mi apartamento le doy acceso al edificio a Bruno.

Momentos después, tocan a la puerta. Abro y Bruno aparece con una bolsa de pan.

— Hola — Le digo y no me Contengo, lo abrazo. Y él a mi. Es bastante reconfortante sentir que alguien está ahí para escucharme.

— ¿Que pasa Ana? — me dice acariciando mi cabeza. Aun no lo he dejado ni entrar.

Me separo de él y trato de ofrecer una sonrisa. — Perdón, pasa.

El lo hace y se queda observando todo y cierra la puerta cuando se quita el abrigo que trae puesto. — Es la primera vez que entro a tu casa. — dice con curiosidad. — y es aún más ordenada que tu oficina.  Huele a... No sé que olor es, pero huele a ti.

Su repentina confesión, hace que me sienta un poco mejor.

— ¿Quieres café para ese pan?— le digo señalando la bolsa que aun trae en sus manos.

— Sí, por favor. — contesta viéndolas fotografías de la sala. — Ella es tu mamá, ¿cierto?— no tengo  oportunidad de contestar — Te pareces a ella.  Tiene la misma sonrisa.

No comenta nada mas y va hasta la barra de la cocina a dejar el pan sobre ella. — Ana, ¿que pasó? Estoy genuinamente preocupado por ti. Te escuchabas muy mal.

— ¿Como es que llegaste tan rápido y tragiste pan? — evado un poco la pregunta que me ha hecho y comienzo a sacar las tazas de la alacena de arriba.

En Donde La Felicidad Nos EsperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora