Epílogo

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Habían pasado años del retumbar, y todavía algunas veces, Historia seguía oliendo la guerra. Cuando miraba las nubes y la extensión del campo sin ser interrumpida por las murallas, se daba cuenta de lo pequeños e insignificante que podían llegar a ser los seres que habitaban la tierra, y al mismo tiempo, lo importantes que eran. Esos años había lamentado muchas cosas. La última vez que vio a Ymir fue cuando salió en busca de su tirador, el niño que le había lanzado una flecha. Aquel niño moriría a los pocos días, probablemente, al mismo tiempo que Ymir. Historia había vivido con la conciencia tranquila sabiendo que habían sido felices juntas, que nadie sabía hasta qué punto se habían unido ni el alcance de su amor. Pero lo sabía ella y en sus recuerdos permanecería siempre. Por las noches, antes de caer dormida, volvía a unirse a ella en una especie de cielo azul infinito, volvía a sentir su calor, sus caricias y su inconfundible olor.

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El día a día, sin embargo, era para dedicarlo a sus quehaceres, a su reino y a Jamie, el granjero con el que contrajo matrimonio a los ocho meses de perder a Ymir

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El día a día, sin embargo, era para dedicarlo a sus quehaceres, a su reino y a Jamie, el granjero con el que contrajo matrimonio a los ocho meses de perder a Ymir. Jamie se lo propuso con miedo, porque la quería muchísimo, y ella, sabiendo que Ymir no volvería y que Jamie podía acercarla a una felicidad, aceptó.

Pero una de las cosas de las que se arrepentía era de no haberle dicho a Ymir que había quedado embarazada. Historia creyó que todo se desmoronaría cuando recibió la flecha, pues sólo unos días atrás el médico le confirmó que esperaba un hijo. Por suerte, su recuperación no afectó más de lo debido su salud. Su vientre se abombó despacio con el paso de los meses, cada vez más y más. Mikasa le brindó mucho apoyo, ambas se entendían bien, pues Eren también falleció tras el retumbar. Le dijo que no podía maltratarse por las cosas que no había dicho o hecho, sino reconfortarse por las experiencias vividas con su amor. Y la mayor prueba de que se habían querido crecía a pasos agigantados en el vientre de la rubia, un bebé grande y fuerte.

El alumbramiento fue un auténtico calvario para su pequeño cuerpo, algo que sin duda se pensaría dos veces de cara al futuro. Aquel bebé era un auténtico guerrero y por poco se lleva la vida de su madre. Una niña. A Jamie no le hacía falta ninguna aclaración para saber que esa niña no era suya, no había ninguna cuenta que hacer: era hija de Ymir y de Historia, y al verla crecer y diferenciarse sus preciosos rasgos mezclados, el tiempo le admitió lo obvio. Esos ojos rasgados y de color caramelo, sus pecas y su gran estatura para ser poco más que una infante sólo fueron la confirmación de la sospecha. Historia se sentía bendecida por tenerla, porque parte del alma de Ymir vivía en esos dos ojos marrones tan preciosos.

—Tiene mi color de pelo... pero es Ymir. Mírala. ¿Te imaginas una niña con mi pelo y la cara de diablilla de Ymir? ¡Va a romper muchos corazones!

Mikasa sonreía cuando la oía hablar tan orgullosa de su pequeña salvaje, verla crecer le daba a Historia la vida.

—Me siento afortunada, Mikasa —le dijo un día, acariciando la corta cabellera dorada de su pequeña. La niña echó la mirada atrás y saltó de sus piernas para corretear tras una mariposa. Historia miró a su hija correr puramente entre la hierba, viéndola saltar y elevar los brazos para intentar atraparla.

Gracias a Ymir, esa niña era libre. Y estaba segura.

 Y estaba segura

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El verdadero sacrificioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora