11 - La Laguna De Los Sargazos

23 2 0
                                    

Antes de que Ríos y Lagos llegaran al museo se cruzaron en la esquina de la plaza central con la madre de Lagos, que estaba hecha una furia. Zamarreó a su hijo.

_ ¿Dónde te habías metido?

_ ¡Acordate del diez! —gritó Lagos.

Era como un escualo protector. La madre recordó el milagro y se tranquilizó de inmediato:

_Un diez. El primer diez en ... cuántos años... —En seguida volvió a la realidad—. Tu hermana no aparece. Ayúdame a buscarla.

Lagos dijo que la buscaría en las casas de las amigas. Le dijo a Ríos:

_Mi madre me reclama. Andá solo al museo. Yo tengo que buscar a Federica.

_No, vamos juntos.

Y empezaron a caminar por entre las calles infestadas de plantas.

_Buscar a mi hermana. Qué fastidio, ¿no?

_Sí, te entiendo, qué fastidio —pero su voz sonó apagada, sin convencimiento—. ¿Y dónde la buscamos primero?

_En la casa de su mejor amiga, Paula, la chica alta. La casa está junto a la plaza.

Después Lagos dijo, como al pasar:

_Oí decir que te gusta Federica.

_ ¿A mí? —Ríos se mostró indignado—. ¿Quién dijo eso?

_ ¿No será cierto, no?

_No, cómo me va gustar. Ella es... es... tu hermana.

_Menos mal, porque a ella tampoco le gustás. Siempre habla mal de vos...

Ríos se había quedado inmóvil.

_ ¿Qué dice? —preguntó sin voz.

No era una pregunta: era el fantasma de una pregunta.

_Era una broma... si hasta me dijo que te quería invitar a remar a la laguna. —Los ojos se abrieron de golpe—. ¡La laguna! Ahí debe estar. En los últimos tiempos es lo que más le gusta hacer. Se lleva un libro y se va a remar. Cuando salía de casa me dijo algo de un remo roto, pero no le presté atención. ¿Quién les presta atención a las hermanas?

_No sé. Yo no tengo hermanas.

Ríos solo tenía un hermano mayor. Atravesaron la plaza, que estaba irreconocible por las malezas que la cubrían, y llegaron a la orilla. La superficie de la laguna estaba completamente cubierta de plantas acuáticas. Las plantas tenían unos bulbos amarillos que les permitían flotar y unos largos hilos verde claro. A lo lejos se veía un bote de madera, atrapado entre las plantas. Desde el bote Federica los saludó. Ríos y Lagos caminaron por el muelle, para estar lo más cerca posible del bote varado. El muelle era una endeble construcción de madera que entraba diez metros en la laguna.

_ ¡Vamos a rescatarte! —le gritó su hermano. Y por lo bajo le dijo a Ríos—: Pero no sé cómo. A ella mejor le escondo que no tenemos ningún plan, porque puede entrar en pánico.

Federica no parecía a punto de entrar en pánico, sino feliz de que hubieran llegado a rescatarla. Se miró en un espejito de plata que llevaba en la cartera y se arregló el pelo, como si estuviera a punto de salir rumbo a una fiesta.

_Trata de distraerse con lo que puede para no largarse a llorar —dijo su hermano.

Amarrados al muelle había varios botes de madera. Subieron a uno de los botes, pusieron los remos en sus toletes y soltaron la amarra. Pero no sirvió de nada: los botes estaban atrapados por las plantas.

El Juego Del Laberinto (Libro 2/Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora