16 - El Árbol

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Iván abrió la reja y entró decidido en el vivero de Mano Verde. Anunciación lo seguía unos pasos atrás. Llegaron a una sala iluminada con tubos fluorescentes. A pesar de que el cartel decía que se trataba de un vivero, las pocas plantas que se veían agonizaban sin remedio. De la pared colgaba un almanaque de publicidad: en la foto, una chica en bikini sostenía una maceta y sonreía. Era de cinco años atrás y la imagen estaba descolorida.

La puerta se abrió y apareció Mano Verde, vestido con el mismo traje verde que había mostrado en Zyl, y con la corbata de pétalos de girasol. Mostró una sonrisa falsa, ya convertida en mueca después de tantas repeticiones, y dijo:

_Florezco al recibirlos.

Iván se lo señaló a Anunciación:

_Ahí está. Ese fue el que destruyó Zyl.

Anunciación miró extrañada a Iván. No era lógico que un niño acusara a un adulto así. Además, el aspecto de Mano Verde daba miedo, bastaba ver aquella mano de reptil para temblar.

_Tranquilo, mi amigo. No se me ofusque. Le puedo hacer té de tilo, para los nervios.

_No necesito té de tilo. Usted sembró esas semillas en Zyl. Y ahora me va a decir cómo sacar esas plantas que invadieron toda la ciudad. Mano Verde se sentó detrás de un escritorio.

_En primer lugar, la palabra «ciudad» le queda grande. Es más bien un pueblo.

_ ¿Cuántos habitantes tiene? ¿Conoce los datos del último censo?

_No sé cuántos habitantes tiene Zyl, pero pronto no va a quedar ninguno si sus plantas siguen creciendo.

Mano Verde pareció meditar seriamente en las palabras de Iván.

_ ¿Y es en serio que las plantas invadieron todo?

_Como si no lo supiera...

_ ¿Quiere decir que las plantas que yo planté... crecieron?

Parecía asombrado.

_Crecieron. Y a toda velocidad.

_ ¿Y las germinaciones... germinaron?

_En tiempo récord.

Mano Verde empezó a aplaudir como un desaforado.

_Gracias, gracias, millones de gracias

Se inclinó sobre el escritorio como si quisiera abrazar a Iván, pero este retrocedió.

_Este hombre está loco —le dijo Anunciación en el oído—. Mejor nos vamos.

_Quiero saber cómo hacer para que las planta desaparezcan —exigió Iván en voz alta.

_No tengo la menor idea. Yo fui una especie de mensajero.

_ ¿De quién?

_No lo sé. Era un viernes a la tarde. El negocio estaba vacío. Yo estaba muy desalentado. Me decía: esta ciudad no me merece. Poner un vivero aquí es hacer del campo orégano, es tirar margaritas a los chanchos. Y me dieron ganas de cerrar el vivero para siempre.

_Una excelente idea —dijo Iván por lo bajo.

_Pero justo cuando estaba a punto de irme llegó un cartero con una encomienda para mí: una caja grande. En el interior había un sobre con una carta, un fajo de billetes y muchos tarros con semillas. En la carta decía que debía venderlas o regalárselas a los habitantes de Zyl. Que eran un regalo de un amigo de la ciudad. Además, había algunas especificaciones...

_ ¿Por ejemplo?

_Que a usted tenía que darle una semilla en particular.

_La semilla del mensaje —le explicó Iván a su amiga—. ¿La carta estaba firmada?

El Juego Del Laberinto (Libro 2/Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora