Cuando el bote alcanzó la orilla, ya era noche cerrada. Federica y Ríos estaban exhaustos de remar; Lagos, agotado de correr por la orilla. Ataron el cabo del bote a un árbol. Después se dieron los tres un abrazo cansado, y estuvieron ron a punto de quedarse dormidos en el abrazo.
_Es tarde para visitar a Canobbio —dijo Lagos.
Ríos estornudó.
—Mañana nos ocupamos de conseguir los secretos de Madame Aracné. Ahora quiero comida caliente, ropa seca, y a la cama.
Caminaron unas cuadras en silencio, hasta llegar a los primeros faroles de alumbrado. Ríos caminaba al lado de Federica. Ahora no le parecía tanto más alta.
—¿Y ese chaleco? —preguntó Lagos.
Avergonzado, Ríos se sacó el chaleco rosa y se lo devolvió a Federica.
_Hacía frío —se disculpó—. Además, en la oscuridad no había visto el color.
****
_ ¿Qué estarán haciendo Ríos y Lagos? —preguntó Iván. Se lo preguntó a sí mismo, sin ánimo de responderse, pero lo hizo en voz alta, como si fuera Anunciación la destinataria de la pregunta.
_ ¿Cómo voy a saber yo? Ni siquiera los conozco.
_Los tres estamos siempre juntos. Pero ellos se cuentan aventuras de cuando yo no los conocía. Para ellos, voy a ser siempre «el nuevo».
_Pero vas a poder contarles esta aventura.
_Pero estoy solo.
_ ¿Solo? ¿Y yo qué soy? ¿Un buzón, un árbol?
_Quise decir: solo para contarlo. No es lo mismo. Ellos van a contar las cosas entre los dos, y me van a dejar afuera. Yo no puedo llevarte a Zyl.
_Hoy no. Pero otro día.
_ ¿Vendrías, otro día?
_Claro que iría. —De pronto le dio algo de vergüenza. No quería que Iván pensara que...—. Por interés turístico, nada más. Me gusta conocer lugares nuevos.
«Otro día», pensó Iván. Era tan agobiante, tan difícil ese día, que era difícil pensar en el día siguiente, y el otro, y el otro. Mientras conversaban, llegaron a las vías del tren. La barrera, pintada de rojo y blanco, estaba alta, pero Iván no pudo cruzar. Había llegado a un nuevo límite, una nueva pared de su laberinto invisible.
_Hasta acá llegamos —dijo, con la voz apagada.
Un puente cruzaba las vías. El puente había tenido alguna vez una escalera para llegar a lo alto, pero ahora no había escalones de ninguna clase. Habían sacado la escalera para que nadie corriera el riesgo de subir al puente. La estructura de hierro parecía a punto de derrumbarse. Junto al puente había una estación. Unos pocos pasajeros esperaban la llegada del tren. Empezaron a caminar por el largo andén.
_En la tapa de ese libro hay un toro... —dijo Iván, señalando a un chico de unos diez años que leía un libro troquelado.
Se acercaron.
_No es un toro —dijo ella—. Es un triceratops.
_Lo vi de lejos. Me pareció que era.
_ ¿Un toro verde y con tres cuernos?
Al rato era Anunciación la que imaginaba el toro.
_Esa mancha en el suelo. ¿La ves?
_Es alquitrán derramado. Y puede ser un toro o cualquier cosa.
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El Juego Del Laberinto (Libro 2/Completo)
PertualanganUn laberinto de plantas crece de la noche a la mañana en la legendaria ciudad de Zyl. Los habitantes quedan atrapados en sus casas, y la vida y los juegos se detienen. En medio del caos vegetal, Iván Dragó recibe una invitación del Club Ariadna para...