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____(tn) acarició la cabeza de Eric mientras lo contemplaba dormir plácidamente. Lo arropó y salió de puntillas del dormitorio. De vuelta a la cocina, se preparó una taza de café descafeinado y la bebió a pequeños sorbos.

Su llegada a Miami no podría haberse producido en mejor momento. Eric acababa de ser devuelto de su última casa de acogida y esperaba, junto a varios cientos de niños, otro emplazamiento. Le había llevado varios días completar el papeleo, el estudio psicosocial y las investigaciones sobre sus antecedentes, pero, al fin, Eric era suyo.

Al principio, el niño se había mostrado silencioso y retraído. Sin duda pensaría que ese nuevo hogar sería tan temporal como los anteriores. Y ella no había intentado convencerle de nada. El muchacho necesitaba tiempo para aprender a confiar en ella.

Lo importante era que tenía un hogar. Gracias a la generosidad de Bella, ambos tenían un hogar.

Tras echarle un último vistazo a Eric, se fue al salón y se sentó. Las noches eran complicadas. Demasiado silencio. Echaba de menos a Erick y la amistad que habían desarrollado. Casi se había quedado dormida cuando sonó el timbre de la puerta. ____(tn) se levantó enseguida para no despertar a Eric y miró a través de la mirilla. Nadie la conocía allí. Y no era propio de los servicios sociales hacer una visita a esas horas de la noche.

Lo que vio al otro lado de la puerta le dejó helada, Erick. Ante su puerta, con expresión preocupada y aspecto descuidado. Con dedos temblorosos descorrió el cerrojo y abrió un poco la puerta.

—____(tn), gracias a Dios —exclamó Erick —. Por favor, ¿puedo pasar?

La joven se aferró al picaporte. Ira, dolor, tanto dolor, surgió en su interior. ¿Qué más podría decirle ese hombre que no le hubiese dicho ya?

—No te preguntaré cómo me encontraste —ella abrió la puerta lo justo para poder verlo y para que él pudiera verla a ella—. Eso no importa.

Él alzó una mano suplicante e intentó interrumpirle, pero ella se lo impidió.

—No. Ya has dicho suficiente. Te permití decirme todas esas cosas, pero ya no toleraré ni una palabra más. Esta es mi casa. Aquí no tienes ningún derecho. Quiero que te marches.

Algo sospechosamente parecido al pánico apareció en los ojos de Erick.

—____(tn), sé que no me merezco ni un segundo de tu vida. Dije e hice cosas imperdonables. No te culparía si no volvieras a dirigirme la palabra nunca más. Pero, por favor, te lo suplico. Déjame entrar. Deja que te explique. Déjame arreglar las cosas.

La desesperación en su voz la alarmó. La ira luchaba contra la indecisión y el deseo de dejarle pasar. Él la miraba con expresión torturada y, al fin, se hizo a un lado y abrió la puerta. Erick entró de inmediato, la tomó en sus brazos y enterró el rostro entre sus cabellos.

—Lo siento. Lo siento mucho, yineka mou.

La besó en la sien, en la mejilla y luego, torpemente, encontró sus carnosos labios. Y la besó con tal emoción que la dejó perpleja.

—Por favor, perdóname —susurró Erick —. Te amo. Quiero que vuelvas a casa, con nuestro bebé.

—¿Ahora crees que es tuya? —ella se apartó de él y se sujetó a sus fuertes brazos para no caer.

—No me importa quién sea el padre biológico. Ella es mía. Y tú también. Somos una familia. Seré un buen padre. Lo juro. Por favor, dime que me darás otra oportunidad. No volveré a darte ningún motivo para abandonarme.

Erick le sujetó las manos entre las suyas con tal fuerza que los dedos se le pusieron blancos.

—Te amo, ____(tn). Me equivoqué. Por completo. No me merezco otra oportunidad, pero te pido, no, te suplico, otra oportunidad porque no hay nada que desee más en el mundo que volver a casa contigo y con nuestra hija.

Ella lo escuchaba boquiabierta, intentando procesar la información. La amaba. Aún no estaba convencido de ser el padre. Pero tampoco le importaba no serlo.

En su garganta se formó un nudo. Qué difícil debía de haberle resultado aparecer ante su puerta, convencido de que la niña no era suya, pero deseándolas, aceptándolas, de todos modos.

Debería estar enfadada. Pero, los resultados habían confirmado los peores temores de Erick y, aun así, no le importaba. Se había humillado ante ella, se había mostrado tan vulnerable como podía mostrarse un hombre. No tenía más que contemplar la sinceridad que emanaba de la negra mirada.

La amaba.

—¿Me amas? —necesitaba oírlo otra vez. Lo deseaba desesperadamente.

—Te amo, yineka mou.

—¿Qué significa eso?

Aventura Secreta Erick Brian ColonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora