Frágil Hielo

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Gruñendo, el joven de cabello rubio giró sobre su cama cuando, por segunda vez, unos golpes tocaron a su puerta, generando un eco sordo que sorprendentemente llegó a sus oídos. ¿Quién podía estar llamando a su puerta a una hora tan temprana? Recientemente había terminado una misión (una de tantas) y pudo tocar su preciada cama después de varias semanas durmiendo en yermos parajes llenos de piedras, hierba empapada e insectos molestos que no lo dejaban dormir. Ahora, por fin en su mullida cama con un colchón que se hundía ante su peso, alguien había tenido la genial idea de despertarlos cuando apenas llevaba unas horas dormido. No llegaban ni a dos horas.

Nuevamente, para su disgusto, los golpes sonaron. Estos no iban a parar y probablemente la persona detrás de los mismos tiraría la puerta abajo tras varios intentos. O tal vez ya había entrado y estaba golpeando la puerta de su habitación, lo que realmente le era más factible.

Cuando la tercera ronda de golpes (o la cuarta) sonó de nuevo, no le quedó más remedio que soltar un bostezo, mirar el reloj sobre la mesa (gruñendo nuevamente al ver que no eran ni las siete de la mañana) y echar hacia atrás las sábanas que habían cubierto su torso desnudo, marcado por el ejercicio, y el resto del cuerpo, dejando a la vista que su única vestimenta era un bóxer completamente negro.

Bostezando por segunda vez y recibiendo el eco de los nudillos furiosos contra la madera, el joven de cabello desordenado optó finalmente por levantarse y abrir la puerta a quien lo estuviera molestando. Tal vez si lo recibía, aunque fuera medio desnudo, lograría que dicha persona se fuera y así él tomara el resto de horas en una siesta placentera que lo llevaría hasta el mismo medio día si era posible.

Estirándose como un gato, dejando que sus huesos se acomodaran con sencillos y suaves crujidos indoloros para él, tomó unos pantalones que descansaban a los pies de su cama y se vistió con los mismos, sintiendo como sus párpados pesaban algo más de una tonelada. Estaba teniendo suerte de no chocar con algún mueble de su casa o de caerse por el pasillo y darse un buen golpe en la cabeza.

¿Quién en su sano juicio despierta a una persona a esta hora?

Maldiciendo su suerte, el chico de buena estatura tomó el pomo de su puerta cuando la séptima ronda de golpes comenzaba, abriendo y dejando a la persona a medio camino de un golpe contra la puerta.

—¡Ya era hora!

Sin dejarle hablar, sin pedir permiso, la chica que había estado golpeando la puerta hizo a un lado al muchacho entrando en la casa con pasos veloces que él no pudo seguir. Aun dormido, con los ojos achinados, el rubio observó a la mujer tomar algunas cosas.

—¿Qué haces?

—¿Sabes qué día es hoy, idiota?—la mujer respondió, dejando a un lado la pregunta que el chico le hizo. Lentamente, frunciendo el ceño, el joven pensó y pensó, intentando a como diera lugar recordar aquello que su amiga le estaba intentando traer a su memoria, pero sin éxito—. ¡Argh! A veces eres desesperante.

La mujer lanzó hacia el joven una bola hecha con ropa. Este la atrapó con sus manos y la miró confundido.

—Soy un ANBU, ¿sabes? Esta ropa no es de un ANBU.

—¡Dios, Naruto!—girando sobre sus pies, la mujer miró con un brillo amenazante al muchacho. Naruto olvidó por completo el sueño que tenía y abrió completamente su ojo derecho—. Eres exasperante hasta más no poder. ¡Hoy llega la comitiva de Sungakure!

Cuando la última sílaba de aquella frase terminó por calar en el joven shinobi, este de pronto dejó caer la ropa al suelo, borrando de su cuerpo todo rastro de sueño que aun quedara tras la amenazante mirada de la mujer.

A.N.B.U: Danza del VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora