Parte XL: De coplas a la muerte de su padre

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El paso del tiempo se ve reflejado en los cambios que azotan nuestra vida.

¿Somos los mismos que hace 10 años?
Si esta pregunta se la haces a un niño de 9 años, seguramente te tendrá que responder que sí, pero habrá otras personas de más de diez años que te dirán que sí, que han cambiado, pero que en el fondo siguen siendo las mismas. En el fondo dicen. ¿Qué fondo? Tiene narices.
Ya ni me acuerdo de esas tardes de parque que se hacían eternas porque no sabía que era una hora a duras penas. Lo único que sabía era que tirarse por el tobogán era divertido y que tenía que hacerlo en bucle. Bonitos días. Turbios si me apuras.
Pues me da coraje, que a pesar de todo lo que ha pasado, llega el típico payaso que dice: "anda, si no has cambiado nada". Váyase a la mierda, y le indico el camino si quiere, pero a mí no me digas que después de 10 años no he cambiado. Y si piensas que no, es que no me conoces lo suficiente.
Pues no, mis estimados amigos. El cambio es algo bueno, renueva y rompe rutina y forma parte del progreso, ayudar reemplazar lo antiguo y obsoleto por algo que sí tiene utilidad para nosotros. Me resulta curioso que a la gente le asuste el cambio, aunque entiendo que en esa zona de confort, en la que todos estamos en mayor o menor medida, cada uno está apalancado y es reacio a salir de esta. La pregunta es, ¿por qué ocurre esto?
Quiero pensar que tenemos un instinto a frenar nuestra percepción de las cosas. Un instinto que nos hace pensar que todo sigue como antes en un intento de sentir que el tiempo es lento, pero no es así, el tiempo no perdona y es un señor que va con prisa (muy elegante también, por cierto). Supongo que el pobre no dará a basto con tantas gestiones como tiene.
Es así que conforme el tiempo pasa, nuestro entorno evoluciona paulatinamente de forma constante, y para no afrontar la agresividad del cambio, buscamos símiles con el pasado.

"Anda, sigo usando el mismo champú"
"Si es que hay cosas que nunca cambian"

Miró a la ventana sólo para descubrir un triste paisaje urbano. Lloró, y cuando le preguntaron, secándose la cara dijo que era solamente de alegría.

El problema aquí es que no estamos acostumbrados al tránsito, al final, a la evolución. Me resulta irónico que hayamos pasado nuestra infancia escuchando cuentos que tienen un final y  que aún así, no hayamos aplicado esta enseñanza a nuestra vida. No, cenicienta no vivió para siempre con el príncipe. Tampoco Caperucita disfrutó eternamente de la compañía de su abuela. Las historias felices empiezan y acaban, pero no terminan para quedar así como así, no. Terminan para dar comienzo a otra historia. Es curioso, porque, siguiendo este pensamiento, podamos pensar que quizás nuestro final de paso a un nuevo inicio, a una nueva historia. No puedo evitar pensar que la muerte es nuestro final irreversible, ahí se acaba todo, pero aún así, nunca lo había visto como un punto de partida para otros hasta hace poco.
Cuando muera mi padre, por ejemplo, será inevitable que mi perspectiva de la vida cambie. Su final dará para mí un nuevo comienzo. Aunque triste, eso sin duda.

"¿Para llevar?"
"¿Eh? Sí, sí... voy con prisa"

Después de contemplar los colores del mar, no pudo evitar pensar en ella, en esa escena imaginaria donde fueron juntos a la playa para disfrutar juntos de la gran sábana azul que cubría a la Tierra y sus anaranjados tonos del crepúsculo.


Al fin y al cabo, de eso se trata, ¿no? De volver a empezar, de reconstruir lo que queremos, de dar un nuevo enfoque. Vivir en el eterno permanente sería frustrante, ya nos enseñaron que no puede haber felicidad sin tristeza. Necesitamos ese juego de contrarios que ya se ha mencionado por aquí. Lo curioso es que muchos lo sufren porque no saben apreciar lo malo. ¿He dicho ya que no solo se debe disfrutar de lo bueno? Si, la parte positiva nos produce alegría y bienestar, pero hay que ver también que la parte negativa nos permite apreciar esta parte positiva de mejor manera. Si todos los días nos regalasen un pastelito, ¿a partir de qué día nos cansaríamos de recibir dicho dulce? ¿A partir de qué día estaría normalizado ese detalle? Yo creo que parte del problema reside ahí, en que pensamos que lo que ha estado mucho tiempo, seguirá estando, y por culpa de eso no podemos seguir apreciando esos pequeños detalles que dan una reconfortante alegría.

"Llama a tu abuela, le alegrará saber de ti"
"¿Perdón? Disculpa, ¿nos conocemos?"
"Te dejo, esta es mi parada"
"..."

Sabía que tarde o temprano recibiría lo que tanto estaba esperando, pero no sabía si tenía el tiempo suficiente. Se hacía tarde y aún no había llegado, pero esperaba con cariño gracias al dulce recuerdo de esa partida de ajedrez.

Qué le vamos a hacer si desde pequeños nos enseñas a ser desagradecidos con lo que nos dan. No pasa ni un día sin que valoremos de verdad lo que tenemos. Todos los días perdemos la cabeza por cosas que no importan realmente. Trabajo, amor, ocio... Priorizamos cosas sólo porque nos dan una felicidad momentánea, efímera. Una felicidad que forma parte del progreso, del ciclo, de aquello que se va. Sólo quedaremos nosotros para nosotros durante toda nuestra vida, porque mientras vivamos, estaremos; sin embargo todo lo demás no estará. Aún sigo buscándome para poder llenar con plenitud el breve tiempo que me queda en este arrumbado mundo. Frío y abandonado mundo.

"Recuérdame cuando ya no esté"
"¿Qué dices? Ya está con tus cosas raras"
"Bueno, pero, ¿me recordarás?"
"Ay que sí, qué pesado eres"

Sabía que aquella sería la última vez. Todas esas señales que no vio a tiempo le llegaron a la cabeza en una ola de arrepentimiento. "Si tan solo hubiese reaccionado a tiempo..." Se lamentaba, dándose cuenta de que es tarde. Siempre se puede llegar tarde, y esta vez, le serviría de lección para estar más atento.



Si tan solo pudiese quedarme atrapado en el tiempo, para ver un día más cómo sale el sol...

Pero el tiempo vuela.

¿Dónde está?




VacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora