Roman me llevó por el bosque, su mano cálida nunca soltó la mía. Llegó el anochecer, y nosotros llegamos a una pequeña ciudad. Estaba rodeada por una muralla baja de piedra cubierta de musgo. Las casas estaban hechas de madera y en las aceras jugaban unos cuantos niños. Cuanto más nos acercábamos al centro, las casas estaban más pegads unas a otras, y en la plaza, había un mercadillo mañanero.
Frente a la plaza, se erguía un gran edificio de piedra caliza, con columnas que sujetaban el techo talladas con frases y escenas antiguas.
-¿Qué es ese edificio?- le pregunté.
-Mi casa.- Roman bajó la cabeza con pesar, como si se avergonzase de ello. Deslicé el pulgar en círculos sobre su mano y Roman me sonrió.
Entramos en su casa, que se parecía muchísimo a la de mi hermano, y él me llevó a una hermosa habitación en el segundo piso. Los muebles eran de caoba, una enorme cama de dosel en una esquina acaparaba toda la habitación. En el centro de la sala había un sofá de terciopelo rojo y un puf de los que me gustaban a mi.
-Supongo que tendrás sueño. Te dejo dormir.- Roman soltó mi mano.-En esa puerta en la esquina hay un baño, ten la libertad de tomar uno cuando quieras.
-Em...¿dónde... dónde vas a estar tú?
Me agarré el brazo con nerviosismo, mirando al suelo.
-Esta es mi habitación, pero te la puedes quedar. Dormiré en el sofá.
Asentí y Roman cerró la puerta, dejandome sola en la enorme habitación. Me senté en el puf y, al poco tiempo, caí dormida.
A medianoche, desperté con calor. Al abrir los ojos, me encontré con Roman, tumbado a mi lado, con un brazo tras la cabeza y con el otro apretando mi cintura contra su duro cuerpo. Su rostro estaba relajado y dormido parecía aún más guapo, si eso era posible. La vergüenza y los nervios recorrieron mi estómago como pequeños puñales y débiles retortijones.
Me tenía agarrada por la cintura, sus dedos se clavaban en mi cintura con suavidad. Me sentí portegida y cálida entre sus fuertes brazos, pero el calor se volvió insoportable a los poco minutos. El chico parecía una estufa. Quité la manta que cubría mi cuerpo y la tiré a los pies de la cama. Intenté que Roman soltara su brazo, pero me fue imposible, parecía un roca con el sueño muy profundo.
Me quedé mirando su rostro por lo menos una hora.
Gruñí y empujé su pecho, intentando encontrar una postura cómoda para volver a dormirme. Roman se movió, soltando su brazo, dandose la vuelta, y enterró la cara en la almohada. Suspiré y me giré, dandola la espalda.
Por fin, pude volver a conciliar el sueño.
Pero cuando volví a abrir los ojos, ya por la mañana, me encontré tirada en el suelo, con las mantas enrolladas en torno a mi cuerpo, y me acordé de que mi hermano me decía siempre que daba demasiadas vueltas en la cama.
Esperaba que Roman no se hubiera dado cuenta. Asomé la cabeza por encima del colchón, esperando ver al chico aún dormido en la cama, pero para mi sopresa estaba vacía.
-Que vergüenza, ¿me habrá visto?- susurré.
-Durante toda la noche.- contestó una voz detrás de mí.
Me giré de repente y me encontré al chico sentado en el puf, con el pecho al descubierto, con una toalla sobre el pelo. Creo que me empezó a sangrar la nariz. ¿Desde cuando era yo tan mal pensada?
-No dejaste de dar vueltas en toda la noche.- insistió.
Me puse roja como un tomate y bajé la cabeza.
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Fallen Angel
FantasyDescubrí por las malas que los ángeles no eran seres bondadosos como se dice en los libros, no tiene aureola, ni visten todos de blanco como santos. Es más, a veces pueden ser peores que los demonios. ¿Qué como sé yo eso? Porque soy uno de ellos. Él...