Cuando sus ojos, del color del ámbar, se fijaron en los míos, algo en mi interior empezó a golpear contra mi pecho. Sus ojos me observaron de arriba abajo rápidamente; por un segundo, creí que se habían detenido más de la cuenta en mis labios.
El chico quitó el brazo de debajo de mi cabeza y, apoyando un brazo en el suelo, se levantó, quedando sentado frente a mí. Le observé con curiosidad, su cuerpo estaba perfectamente proporcionado, tenía fuerte brazos, piernas largas y un torso perfectamente trabajado, que se podía adivinar toda su musculatura, pues su camiseta se pegaba a él.
Una de sus manos vagó por mi mejilla y por mi cuello, con una suave caricia que hizo que mariposas bailasen en mi estómago.
-¿Quién eres?- pronunció una serie de palabras que no entendí, pero sonaron a música en mis oídos.
Sacudí la cabeza, dando a entender que no sabía lo que me acababa de preguntar.
El chico sonrió y se levantó, dejandome sentada en el suelo, haciendo que me sintiese pequeña en comparación con su enorme cuerpo. Me tendió una mano y yo, recelosa, fijé la mirada en sus ojos ambarinos.
Pero, cuando me sonrió, todas mis dudas se disiparon. Agarré su mano y él, con suavidad, tiró de mí para ponerme en pie. Con mi mano entre la suya, que era cálida y suave, me llevó por el bosque, hasta que llegamos al límite.
Me detuve de repente, paralizada por el miedo. No quería ir al mundo humano, no quería, no podía moverme.
El chico se detuvo y me miró preocupado. Me hizo un gesto con la cabeza, pero yo negué y solté su mano. Sin su calidez sobre mí, volví a sentir frío. El chico hizo ademán de volver a coger mi mano, pero yo negué de nuevo y caminé de vuelta al bosque, con miedo.
Me detuve bajo un sauce llorón, exhausta. Había huído de aquel chico perfecto por miedo a los humanos. Me dejé caer por el tronco del árbol y encogí las rodillas contra el pecho. Observé el cielo, como hacía todos los día, en busca de mi cuidad. Pero fue en vano, nada podía atravesar las nubes, y la cuidad estaba demasiado alta en el cielo.
Una fría lágrima cayó por mi mejilla, pero unos cálidos dedos la recogieron.
Miré al chico a mi lado, en cuclillas y con una dulce sonrisa en los labios rosados. Se sentó despacio a mi lado, intentando no asustarme y pasó un brazo sobre mis hombros. Tirando de mi cuerpo contra su duro pecho. Apoyé la cabeza en el hueco de su hombro, que olía masculino como él y más lágrimas cayeron de mis ojos. El chico frotó mi espalda con suavidad, y sentí los duros músculos de su brazo moverse.
Debió de pasar por lo menos una hora, una hora en la que me sentí segura y cálida bajo su abrazo. Al alzar la mirada de su cuello, vi que sus ojos estaban cerrados, su rostro suavizado con el sueño. Tenía la cabeza apoyada contra el tronco del árbol, y su respiración era suave y acompasada.
Alcé una mano y rocé con la punta de los dedos su mejilla. A pesar de que no conocía a ese chico, algo en él me hacía sentir segura y tranquila, a pesar de no entender su idioma, no hacían falta las palabras para entendernos mutuamente.
Los días pasaron, y ese chico no se separó de mí, me hablaba continuamente, me enseñaba palabras con el objeto en cuestión a su lado, hasta que un día, que estabamos sentados en la pradera en la que le conocí, él me preguntó:
-¿Cómo te llamas?
Su voz seguía sonando a música para mis oídos, pero en este caso le entendí.
-Dalía.
-Dalía...- susurró.
Yo asentí con una sonrisa.
-¿Y tú?
-Roman.- me contestó. Deslizó los dedos por mi mejilla, como hacía normalmente, y volví a sentir de nuevo ese escalofrío cálido en mi interior.- ¿De dónde vienes?
-De lejos, muy lejos.
Miré al cielo, azul, sin rastro de nubes.
Roman se levantó y me tendió la mano, que yo agarré y me llevó por el bosque, hablando de cosas sin sentido, como muchas veces hacía, para que me sonasen las palabras.
Pero cuando vi a donde me estaba llevando de nuevo, mis pies se anclaron al suelo.
-No.- gemí.
Roman apretó mi cuerpo contra su pecho, colocandose detrás de mí pasó los brazos por mi cintura y escondió la cara en el hueco de mi cuello.
-Tranquila. Sé que tienes miedo, yo estoy contigo. Confía en mí, Dalía.- me susurró.
Su profunda voz resonó en mi cuerpo, haciendo estragos en mi conciencia, desechando cualquier duda que pudiera tener.
Una mano se extendió frente a mí y yo enredé los dedos con los suyos.
Agarrada a su mano, crucé la ciudad, y descubrí que no era tan malo como yo creía. Los humanos seguían dándome miedo, pero el lugar era asombroso.
Roman me compró una cosa rosada que sabía a maravilla. Era espojonso y se derretía en la boca. Un trozo se quedó en mi mejilla, y Roman lo cogió con un dedo y lo chupó. Sonrió.
Cruzamos la ciudad, cogidos de la mano, mientras los humanos nos observaban, curiosos. Al cruzar la carretera, se extendió ante mis ojos un bosque de árboles frondosos.
Hola chic@s!
Sé que este cap tocaba mañana, pero voy a estar ocupada toda la semana santa y no podré subirlo.
De todos modos espero que os guste.
Un beso, votad y comentad.
Roman en multimedia.
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Fallen Angel
FantasiDescubrí por las malas que los ángeles no eran seres bondadosos como se dice en los libros, no tiene aureola, ni visten todos de blanco como santos. Es más, a veces pueden ser peores que los demonios. ¿Qué como sé yo eso? Porque soy uno de ellos. Él...