Capítulo 20

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Armándome de valor, me giré a mirar a Roman a los ojos. A su lado, sonriendo, iba Layla. De nuevo, la punzada de dolor en el pecho,

-Mi hermano, está herido.-le dije, dándole de nuevo la espalda.- He pensado que podría quedarse aquí hasta que se recu....

-Bueno, Roman.-me interrumpió la mujer.- Me voy ya, tengo cosas que hacer.

Bajé la cabeza, sin mirar a nadie, esperando la respuesta de Roman.

-Vale, te cuidado de vuelta a casa.

Me encogí, no le había dicho nada por interrumpirme de forma tan brusca. Entonces, sentí la mano de mi hermano en mi mejilla.

-Que no te afecte eso, Dalía. Mientras que yo duermo un poco, ¿por qué no vas a darte una ducha?- me dijo mi hermano en nuestro idioma. Se me hizo extraño volver a oír mi lengua materna, pero la entendía. Asentí y me levanté. Por el rabillo del ojo, vi como Roman se despedía de la mujer. Subí las escaleras lo más rápido que pude, intentando desaparecer de su punto de mira para evitar preguntas.

Me dolía que él estuviese con otra, él era el único que me ayudó cuando todo estaba perdido para mí. Pero, entiendo que...ella es su prometida y yo no soy más que un ángel caído. Un monstruo sin alas.


Salí de la ducha, envuelta en una toalla blanca, secándome el pelo y suspiré. ¿Por qué Roman se había empeñado en mí si tiene a otra persona a su lado? 

Lo tenía claro, me iría en cuanto Joseph se recuperase. Era hora de hacerle frente al rey y su corte y aceptar mi destino.

"Sin embargo, ese no es tu destino." La voz en mi cabeza me decía que estaba haciendo algo mal, pero no entendía el qué.

Por la ventana abierta, se colaba el calor de las noches de verano y me acerqué. Desde una de las casas salía un delicioso olor a canela, un aroma que no podía degustar.

-Es la casa de Aúrea.-susurré.

Después de vestirme, bajé las escaleras, sacudiendo mi pelo húmedo. Joseph estaba todavía tumbado en el sofá, dormido. Abrí la puerta en silencio y caminé al exterior, de camino a casa de la dulce y anciana señora. Era un casa pequeña, construida con un material rugoso, con pilares de madera de roble sujetando el porche. En la entrada, crecían unas rosas blancas como la luna.

Nada más llamar, la puerta se abrió y la pequeña mujer me miró sorprendida, sin embargo, una sonrisa asomaba en su rostro.

-Pasa Luna. He hecho galletas.

-Gracias.


Estuve un largo tiempo hablando con la mujer, la luna ya había salido de entre los árboles y adornaba el cielo con su resplandor. Aúrea sabía escuchar, asintiendo lentamente, sonriendo con dulzura. En Arcadia, esas mujeres eran llamadas Rërslam, las sanadoras. Poseían un poder curativo abrumador, tanto para sanar la mente como el cuerpo.

-¿Seguro que no quieres una galleta?- me preguntó.

-No, gracias, acabo de cenar.- por supuesto que no. Hoy no preparé la cena para Roman.

-¿Está bien Luna?

-Sí.

-¿Entonces, por qué llora?- las manos de la anciana limpiaron mi mejilla. Y me encontré sollozando de pronto, sin poder parar.

-Lo siento.... yo.... no sé por qué...

-Tranquila.- sus brazos me acunaron contra su pecho y me abracé a su frágil figura.- El mal de amores no es fácil de curar, Luna. Es como una herida profunda, si no se cura apropiadamente, quedará una cicatriz.

Fallen AngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora