Roman se había dado cuenta de que me había ido, y tenía a todo el bosque buscándome. Me escondí entre las hojas de los altos árboles, con dolor en el pecho por cada vez que veía a un lobo pasar por debajo de mi árbol.
Los días pasaron y, cuando creí que ningún lobo me podría ver, bajé del árbol y caminé hasta la pradera en la que nacía un pequeño riachuelo, que iba a estancarse en un lago rodeado de hermosas campanillas blancas. Me desnudé y entré en el agua. Lavé mi cabello y mi cuerpo y froté con cuidado lo que quedaba de mis alas, echando de menos pasar las manos entre las plumas.
Justo cuando ya había terminado e iba a secarme, apareció un lobo negro como la noche, que se me quedó mirando fijamente. Me paralicé ante sus ojos amarillos, como la primera noche en la que los vi.
-Roman, yo...
El lobo saltó y, en mitad del salto, se trasformó de nuevo en un apuesto joven de negros cabellos. Envolvió los brazos alrededor de mi cintura, apretando mi cuerpo contra el suyo. Aspiré su aroma a bosque y a colonia masculina y me deleité con el calor de sus brazos a mi alrededor. El chico enterró el rostro en el hueco de mi cuello y suspiró.
-Nunca más vuelvas a hacer eso, no se te ocurra volver a dejarme así.- susurró. Su voz estaba rota y me dieron ganas de envolver su cuerpo entre mis brazos.
-Pero dijiste que odiabas a los ángeles, que me odiabas a mí. Yo solo soy un resto de ángel, solo me queda el nombre, pues me falta lo más querido que uno de nosotros podamos tener.
-No podría odiarte aunque me matases, es más, sería feliz de morir en tus manos. Te quiero Dalía, tú eres mi sol, mi Luna, mi universo. Sin ti no puedo vivir, me duele estar lejos de ti. Prométeme que no te volverás a ir, que no me volverás a dejar.
-Te lo prometo.
Suspiró, satisfecho y sus brazos se apretaron más a mi alrededor, reticentes a dejarme ir.
-Te oí.
-¿Qué?
-Hace una semana, por la noche, cuando te marchaste, oí lo que me dijiste, pero cuando logré entender el significado, ya te habías ido. Te busqué, pero no podía encontrarte. Pensé que moriría sin ti.
Roman sujetó mi rostro entre sus manos y me observó.
-¿Quieres ser mi Luna, Dalía?
-Pensé que ya lo habías oído.
-Dímelo de nuevo. Di que me quieres.
-Te quiero, te quiero con toda mi alma.- susurré. Yo casi no me oí, pero Roman sonrió, enseñando su blanca dentadura y bajó la cabeza, deslizando sus labios sobre los míos. Por todos los ángeles, que bien sabían sus labios. El chico tomó la iniciativa y profundizó el beso. Chupó suavemente mi labio inferior, pidiendo permiso para entrar, con un gemido por mi parte, que causó que él gruñera de placer sobre mi boca.
Separé mis labios de los suyos y apoyé la frente contra su pecho. Roman dejó besos suaves por mi cuello, haciendo que de mis labios salieran gemidos entrecortados.
-Roman, este no es el lugar para hacer esto y estoy desnuda.- le dije.
-No hay nada en ti que no me guste, eres mía y eres hermosa.
El chico deslizó las manos por mi espalda, pero sin llegar a tocar mis alas.
-¿Te dolió?- susurró bajo mi oreja.
-Sí.
Roman clavó las manos en mi cintura, inconscientemente y sus ojos se volvieron negros como la noche.
-¿Quién fue?
-Los guardias del rey.
El lobo bajó la cabeza a mi hombro y dejó un suave reguero de besos.
-Lo siento.- susurró. Ascendió por mi piel con la boca y volvió a mis labios con un beso abrasador. Sus labios se frotaron sobre los míos, insistiendo con fuerza. Su olor me invadió y sentí sus sentimientos como si fuesen míos. Amor, ternura, preocupación y sobre todo, deseo. Me deseaba.
Roman separó nuestros labios y rozó con la punta de los dedos mis labios hinchados.
-¿Me deseas?- le pregunté.
-Con todo mi ser. Cada parte de mí te quiere ver enganchada a mi cuerpo para siempre.
Sonreí y, de repente, oí el sonido de las hojas moviéndose. Roman, en un movimiento invisible, deslizó su camiseta sobre mi cuerpo desnudo y me ocultó tras su cuerpo.
Un lobo de color caramelo apareció entre la maleza, y se detuvo sobre la roca, mirándonos.
-¿Está todo bien, Alex?- le preguntó mi lobo.
Escuchó una respuesta por su parte, que yo no pude oír y el beta dio media vuelta y desapareció.
-Bueno, vayamos de vuelta a casa.
Cogí el arco del suelo y al girarme, me di cuenta de que Roman no tenía la parte de arriba. Me sonrojé y aparté la mirada. Mi raza solía ser muy cuidadosa con lo que se podía mostrar de nuestro cuerpo a los demás, pero él no parecía tener problemas en enseñar su perfecto cuerpo.
El chico me tendió la mano, que yo cogí y volvimos de vuelta a la mansión.
-¿Por qué yo?- le pregunté.
Estábamos tumbados en la cama, sus piernas enredadas entre las mías y su brazo alrededor de mi cintura. No podía dormir con él tan cerca, pequeñas corrientes eléctricas ascendían por mi cuerpo al tocarnos.
-No lo sé. No es algo que yo decida por mi mismo, pero si tuviese que elegir, sin duda habrías sido tú.- me contestó, sus ojos se cerraban y su voz estaba pastosa por el sueño, cosa que no me extrañó, pues los humanos necesitan dormir a menudo.
-¿Qué es lo que sientes cuando estás cerca de mí?
-Amor, cariño, admiración... y una poderosa ansia de sentirte gemir contra mí. Pero si lo dijera sonaría pervertido, asi que olvídate de lo que acabo de decir.
Me reí y Roman gruñó con una sonrisa.
-Tu risa es tan dulce...
Le miré, sus ojos se habían cerrado completamente, su respiración se había vuelto lenta y acompasada con el sonido de mi corazón. Su brazo seguía alrededor de mi cintura, pero su mano rozaba una parte desnuda de piel de mi espalda.
Pasé la punta de los dedos por su mejilla y sus labios y él ronroneó y se pegó más a mí, apoyó la mejilla contra la parte alta de mi cabeza y suspiró suavemente.
A los pocos minutos me quedé dormida, con la cabeza apoyada sobre su pecho.
Hola de nuevo!
Aquí os traigo el nuevo cap. Sentiros segur@s de preguntar cualquier cosa que no entendáis de la historia o los personajes.
Y esperando que os guste, os mando un beso y hasta la próxima.
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En multimedia Roman y Dalía.
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Fallen Angel
FantasíaDescubrí por las malas que los ángeles no eran seres bondadosos como se dice en los libros, no tiene aureola, ni visten todos de blanco como santos. Es más, a veces pueden ser peores que los demonios. ¿Qué como sé yo eso? Porque soy uno de ellos. Él...