Capítulo 7

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Me adentré en el local colmada de temores, y un sonido extraño me alarmó aún más. El ladrón podía seguir dentro, y yo tendría que enfrentarlo. Busqué entre los objetos que me rodeaban algo con que defenderme en el caso de que quisieran atacarme. Agarré una mini imitación de la famosa escultura de mármol del David de Miguel Ángel, y la apreté contra mi pecho mientras buscaba al intruso.
Nunca me habían temblado tanto las piernas como en ese momento, y mi corazón había perdido por completo su ritmo. Comencé a creer que me estaba moviendo por impulso de la vida y no porque mis pies pudieran hacerlo. La adrenalina se apoderó de mi cuerpo cuando doblé la esquina de los estantes para dirigirme al pequeño almacén.
Cerré los ojos y empuñé la escultura cuando un cuerpo chocó contra el mío al abrir la puerta. Golpeé con fuerza lo que creí era su pecho y escuché un chillido ahogado.

—¡Auch, Zoe! —Matthew se llevó la mano a donde lo había golpeado y se arrodilló en el suelo.

—¡Que susto me has dado! ¿Qué haces aquí dentro sin mi permiso? —pregunté llevándome las manos a la cintura. Pero Matthew no contestaba, seguía tumbado y respiraba con dificultad. —¿Estás bien? —estaba comenzando a asustarme.

Negó con la cabeza, y se apoyó en el marco de la puerta. Su color de piel había sido sustituido por un rojo no muy intenso, pero bastó para que comenzara a entrar en pánico.

—¡Oh por Dios! ¿Qué hago? ¿Qué puedo hacer para ayudarte? —me agaché frente a él y logró cambiar su postura. Matthew comenzó a transpirar una y otra vez, como si el aire con el que respiraba no fuera suficiente. Me regaló una mirada consoladora, cuando lo ayudé a recostarse en la pared.

—Lo siento. No quería lastimarte, fue un mal entendido. —me disculpé sincera, las manos me temblaban y estaba a punto de echarme a llorar. El susto aún estaba entre nosotros y Matthew no recuperaba su color normal de piel.

—Vine... por... las... medidas...—su voz parecía ronca y no dejaba de tocarse el pecho.

—Deberíamos ir al médico, puede que te haya lastimado y sea grave. —las manos me sudaban y estaba empezando a olvidarme de como respirar. Matthew no parecía recuperarse.

—No... nada... de... médicos. —se quejó del dolor con una mueca y tosió un poco al intentar ponerse de pie. —Ya... fue... solo... un... susto. —intentó convencerme pero yo no estaba muy segura.

—¿Trajiste tu coche? —asintió confundido, supongo que estaba pensando en que iríamos al médico.

—Bien, vámonos. Tendremos que ponerte hielo o algo, para ver si se te pasa el dolor. ¿Podrás caminar? — él asintió otra vez.

—¿A dónde... me llevarás? —me preguntó y noté mejoría en su forma de respirar.

—Con la abuela, fue enfermera de joven. Quizá pueda ayudarte. —y esperaba que sí, porque no quería cargar con la culpa de haberle causado algún mal tan grave a una persona.

—Ya... me siento mejor, no creo... que sea necesario. —se sentó en una de las butacas. —Un poco de hielo... lo mejorará.

—Está bien, espero que alguien me pueda dar un poco. De lo contrario tendremos que ir a mi casa. — le advertí para que no se negara.

Para su suerte, en el bistro de la esquina tenía buenos conocidos y me dieron una docena de cuadritos de hielos envueltos en un paño. Cuando volví a la tienda ya Matthew tenía mejor semblante.

—Ponte esto donde te duela. —Él alzó su camiseta por encima de su cuello y se desprendió de ella.

—¿Qué haces? —lo miré desconcertada.

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