Cuantas cosas cambiaríamos en nuestra vida si pudiésemos ver el futuro. Si supiéramos qué sucederá la semana entrante, la hora próxima o el minuto siguiente. El día después del cumpleaños de Cloe había traído más sorpresas de las que hubiéramos deseado, y nunca nadie dijo que las sorpresas fuesen buenas. Aquella mañana deseé tener ese poder, el de saber el futuro, supongo que me hubiera evitado de cometer ciertos errores.
Daba la sensación de que era un día normal, que nada extraño podía suceder. Seguí mi rutina para ir al trabajo, había desayunado con las chicas y les había pedido ayuda para poder arrancar el coche.
A pesar de que las calles permanecían húmedas por la lluvia, no tuve ningún contratiempo en el camino. Más de una vez había visto coches resbalar por las carreteras lisas.
El Barrio estaba casi desolado, aún era muy temprano para que los turistas salieran a conocer la ciudad. Descendí con cuidado por las antiguas "Escalier de la Basse-Ville" más conocidas como escaleras rompe cuellos, al parecer no había sido yo la primera persona en caer de ellas durante el invierno.
Estaba justo en la mitad del camino, cuando frente a mi tienda, logré ver a un hombre impaciente. Me apresuré a su encuentro, por lo general no tenía clientes tan temprano, pero debía dar una buena imagen a todo el que por allí pasaba. No quería hacerlo esperar más de lo que aparentaba que había estado esperando.
—Buenos días — Saludé amable, el hombre no hizo más que mirarme con indiferencia y supuse que debía de haber tenido un mal despertar.—¿Es usted Zoe Girou? — se acercó a mi lado cuando notó que me dirigía a abrir la tienda.
—Sí, ¿en que puedo ayudarle?
—Necesito que desaloje este local— su voz era fría, casi como si lo que acabara de decir no significara el final para una persona, que en ese caso era yo.
—¿Qué dice? —El hombre recorrió mi rostro con la mirada, claramente yo estaba perdiendo los colores de mi piel.
—He heredado este sitio, mi abuelo falleció hace tres días y esto es todo lo que quedó de él. —Su voz se oyó un poco más suave, pero seguía pareciéndome altamente insensible. Me quedé consternada, el viejo Paul había muerto y ni siquiera nos habíamos enterado.
—¿El señor Paul murió? ¿Cómo?
—Tuvo un ataque al corazón, decidimos incinerarlo.
—Pobre Paul, la abuela se pondrá muy triste. — comencé a sentirme mareada, necesitaba tomar asiento urgentemente. Terminé de abrir la puerta de la tienda y me senté en unas de las butacas que tenía en exposición. El hombre me siguió sin siquiera pedir permiso y se acomodó en la butaca del frente. —Lamento su pérdida.
—Gracias, en cuanto a lo de desalojar la tienda, ¿mañana mismo podría ser posible? —me incomodó la sequedad de su voz y lo mire a los ojos segura de encontrar las palabras correctas para contestarle.
—No, por supuesto que no. Su abuelo y yo teníamos un contrato firmado, yo he cumplido pagándole el alquiler cada mes, no puede hacerme esto.
—Su contrato vence dentro de tres meses, y yo no pienso renovárselo. Tarde o temprano tendrá que marcharse de aquí. —Trataba de imponer su ley sobre algo que le parecía lógico, pero yo no pensaba rendirme tan rápido.
—Pues en tres meses me echará, mientras tanto tengo derecho a permanecer con mi tienda.
—¿Cuánto tendría que pagar para que usted accediera a marcharse antes de los tres meses?
—Nada, no quiero nada. Estaré aquí hasta el último día que me quede del contrato, incluso si consigo otro local. —Estaba comenzando a recuperarme del aturdimiento, el sujeto me estaba haciendo perder mis modales.
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ChickLitQuebec, la ciudad que guarda millones de historias de amor en secreto. Zoe es una chica de 25 años, dueña de una tienda de antigüedades, enamorada del pasado y la historia, curiosa por naturaleza y de corazón noble. Se interesa sentimentalmente por...