prefazione

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Pum pum. Pum pum. Pum pum. 120 pulsaciones por minuto. 60 segundos. Paro. Respiro tranquilamente 20 segundos y abro los ojos. 100 pulsaciones por minuto. Conseguido.
Pongo un pie en el suelo, está frío, pero decido poner el otro también. Doy tres pasos y me quedo delante del espejo. Sudor, miedo, angustia. Eso es lo que veo reflejado después de la pesadilla que acabo de tener. Cabello despeinado, camiseta empapada, pantalones sucios y calcetines rotos. Eso es lo que ve Victoria cuando entra en la habitación. Me ha escuchado gritar, lo sé por cómo viene hacia mi  con una mirada preocupada y un vaso de agua en la mano derecha. ¿Y en la izquierda? La pastilla.

Desde agosto todas las noches son así: ceno, me tomo la pastilla, me duermo, sueño con ella, grito, lloro, lucho contra el agua, se va, grito, me despierto, aparece Victoria, me da la pastilla y el vaso, me la tomo, y me duermo otra vez mientras Victoria se queda a mi lado acariciándome la espalda. Desde agosto sigo impecablemente la misma rutina que no he elegido, la rutina que ha sido causada por el vacío y la desolación. La rutina que está acabando conmigo.

Alessandro, mi psicólogo, cree que no es mi culpa, y así me lo dice. Victoria le apoya y también intenta convencerme, pero yo sé que no es así. Está claro que es mi culpa, yo se lo propuse, yo la obligué aun sabiendo que no era buena idea. Aunque bueno, no lo sabía al cien por cien. Una pequeña parte de mi pensaba que no era lo correcto, la otra, en torno al 80%, estaba cegada por los celos. Quien lo diría eh, celos. Celos que me recomían por dentro y sacaban lo peor de mi, lo que ni yo mismo sabía que pensaba o que podía llegar a pensar.
También son celos los que debe sentir Carina al saber que su novia pasa la mayor parte de la noche conmigo y no con ella, abrazándola. Carina dice que lo entiende, que la situación es una mierda y no le importa que Victoria no duerma con ella hasta las 12 de la tarde. Yo, sin embargo, me siento mal por no dejarlas dormir juntas toda la noche y toda la mañana. No la creo cuando dice que no le molesta. Nunca creo a nadie. Si de pequeño no me creía las mentiras de mi madre, ¿cómo iba a creerme las mentiras de los demás? Son todo mentiras. Y yo, un mentiroso por hacer que las creo, por asentir cuando me preguntan que si he hecho las tareas de Alessandro o por decir que la estoy superando.

Dime, ¿tú serías capaz de dejar atrás en cuatro meses tu antigua vida? ¿A tu verdadero amor? ¿A tu alma gemela? Yo no puedo, y no tengo claro si algún día podré. Han pasado en total ocho meses desde la primera vez que la vi y todavía recuerdo cómo se sonrojó al darme la mano para saludarme, recuerdo su olor a coco mezclado con tabaco, aquel vestido blanco de satén que llevaba con la espalda descubierta y que dejaba al aire los lunares. Tenía trece por toda la espalda, los conté ese primer día y nunca pude olvidarme de ellos. Tampoco intentaba olvidarlos, pues fueron muchas las noches en vela contándolos una y otra vez y pasando los dedos por ahí, acariciando su piel para que ella se durmiese al igual que hace hoy Victoria conmigo.

La diferencia entre las noches con ella y las noches con Victoria son el significado de amor, todos los matices que puede llevar la palabra: no es lo mismo amar a tu amigo que amar a tu madre, de la misma manera que no es lo mismo amarla a ella que amar a Victoria.
La amaba, la amé desde el primer día y probablemente la ame hasta mi ultimo día.

Coraline // Ethan TorchioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora