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A través de mi ventana

Naomi Campbel

Desde que soy pequeña fui una chica introvertida y temerosa, me ponían nerviosa las multitudes y el contacto físico con otras personas, así que la mayoría del tiempo estaba sola.

Una vez conocí a un chico, a los 10 años. Recuerdo que lo veía a través de mi ventana todos los días, observaba lo que hacía cuando iba al patio a jugar con los demás amigos, como un niño normal. Yo no me atrevía a bajar y unirme a la diversión, por más interesada que estuviera el miedo siempre me vencía.

Pasó el tiempo y se volvió una rutina vigilar a mi vecino. Hasta que un día tocó a mi puerta y mi madre me llamó, a lo que yo me acerqué a él nerviosa. Me pidió que jugara con él y yo accedí. Desde ese día nos pasábamos juntos todas las tardes en mi casa y así pasó un año. Era mi único amigo, mi única esperanza y mi única alegría. Éramos inseparables, almas gemelas.

Un día se fue y jamás lo volví a ver. Volví a encerrarme en mi habitación sola, pero esta vez con un enorme vacío y tristeza que eran mucho más grandes que yo. Necesitaba llenarlo. Comencé a relacionarme con el mundo y hasta hice varios amigos, pero todavía sentía en mi pecho que faltaba algo, y sabía bien que era. Así pasaron los años y yo seguía intentando saber por qué necesitaba tanto de él y de su compañía, por qué me sentía tan sola y hueca por dentro.

Me fui adaptando a estar así, pero aún tenía esa extraño hábito de mirar hacia afuera por el cristal de mi ventana, tal vez esperaba que él apareciera, tal vez sólo por costumbre, pero siempre lo hacía, día tras día.

Mi madre se volvió a casar y su nuevo esposo se mudó con nosotras. Entonces comenzó mi infierno. Él consumía mucho alcohol y varias veces invitó a mi madre a acompañarlo en esta acción. Ella era una persona sana y por lo tanto se negaba. Hasta que accedió una vez, y otra vez, y otra...

Llegaron al punto de emborracharse todos los días y terminar peleándose. Se armaban muchos escándalos y no fueron pocas las veces que nos encontrábamos a la policía en la puerta de nuestra casa. Un día mientras peleaban él le pegó y ella no hizo nada, al pasar de los días los golpes aumentaban en frecuencia y en gravedad.

Confieso que yo no era tan inteligente, al menos para la expectativa que tenía mi madre de mí no. Ella siempre fue muy exigente conmigo y siempre recibía un regaño por su parte por mis notas promedio. Sin embargo ya no era así. Cada que tenía malas notas me pegaba, muy fuerte, tanto que a veces creía que sólo lo hacía para desquitarse, y así era. Yo la quería y no podía enfadarme con ella, estaba bajo la influencia del alcohol y yo sabía muy bien que ya no era por diversión, sino por necesidad, pero a él sí lo odiaba. Odiaba cuando reía a carcajadas cuando ella me pegaba o me gritaba, odiaba cuando me miraba de pies a cabeza como si quisiera devorarme, odiaba cada parte de su asqueroso ser, pero no hacía nada, no me importaba nada.

Lo peor era que no tenía con quién consultarlo, mas bien no quería contarle a nadie esas cosas por lo que me guardaba todo el dolor para mí misma. Entonces comencé a alejarme de nuevo de todos y encerrarme en mi habitación mirando hacia la ventana de la casa de al lado. Era la única manera de aguantarlo todo, recordar que una vez fui feliz me hacía bien, pero al mismo tiempo sabía que no iba a volver a serlo nunca.

[...]

Llegó el año 2018, me acuerdo, fue un 27 de octubre, lunes si mal no recuerdo, fue cuando lo vi a través de mi ventana, a mi rayo de luz entre tanta oscuridad.

Observaba el patio de la casa vacía y lo vi salir por la puerta trasera. No pude verlo bien debido a la distancia y la claridad, pero noté que tenía el cabello oscuro, casi negro, ondeado y un poco desordenado. Era alto y delgado y vestía unos pantalones de mezclilla y un pullover blanco. Miraba la casa por detrás.

Quedé extrañada de verlo y fruncí el ceño. ¿Quién era? Esa pregunta retumbó en mi cabeza unos minutos mientras seguía mirándolo. Entonces entró en la gran casa y yo cerré la cortina de mi ventana para sentarme en la cama a pensar. Fui interrumpida por mi madre, quien me había traído unas galletas que ella había hecho, rara vez tenía la generosidad de llevarme la comida a mi habitación.

—¿Lo viste?— me preguntó y por una extraña razón no sentí ni un poco de olor a alcohol.

—¿Qué?— respondí con otra pregunta.

—A los vecinos hija— dijo señalando a la ventana —seguro que los viste. Se mudaron recientemente.

—Oh, si— puse mi vista en otra dirección no específica procesando lo que mi madre había dicho. Luego ella se fue y me quedé de nuevo a solas, pensando y analizando la situación. Ahora sí tendría motivos para asomarme a la ventana. Y la verdad al pensarlo bien no pude hacer otra cosa que sentirme como una acosadora. Sí, en un principio sólo tenía 10 años y era normal. Pero ahora era una mujer, y sabía que estaba mal espiar a una persona. Así que en ese mismo instante me juré que no iba a intentar observarlo mientras él no se daba cuenta, no iba a hacer lo mismo otra vez. Me eché en la cama y pasé mi mano por mi rostro. Y allí me quedé dormida.

[...]

Dieron las 8:00 de la noche, más o menos, y fue que me desperté por un sonido. Lo ignoré y me senté frente al ordenador. Había pensado que lo del sonido fue imaginación mía, así que intenté jugar a algo. Sin embargo sentí otro sonido, una voz masculina debajo de la casa, más bien, debajo de la casa de al lado. Miré en dirección a la ventana que estaba tapada por la cortina y cerré mis ojos muy fuerte sacudiendo la cabeza. Había pensado que me iba a ser fácil no asomarme, pero la curiosidad podía más que yo, intenté luchar contra mis impulsos, pero fallé. Me levanté y me quedé de pie frente a la cortina para luego apartarla con mis manos.

Pude reconocerlo, era el mismo chico de esta tarde, que estaba hablando con un señor mayor que él, supuse que era su padre. Parecía serio y a cada rato pasaba su mano por el cabello un poco rizado.

No pude evitar sentirme algo atraída hacia él, no sabría como explicarlo, pero los juegos del destino hicieron que mi curiosidad se despertara una vez más por el chico de al lado. ¿Qué cosas no?

Puse una mano en el cristal de mi ventana y me acerqué más, para verlo mejor. Sentí una carcajada, no pude ver su rostro porque estaba oscuro, pero sabía que venía de él, entonces yo sonreí ladinamente y mandé a la mierda todo lo que había jurado, ahora estaba decidida. Iba a hacerlo, por mas retorcido que pareciera iba a espiarlo también.

¿Qué más podía hacer, señores? No tenía en qué perder el tiempo. Además no es como si algún día por arte de magia me fuera a obsesionar con él

¿O tal vez sí?



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