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El comienzo


Él avanzaba lentamente hacia la mesa de los pedidos, y yo en dirección contraria. Lo único que se me ocurría era chocar con él. Iba a intentar cumplir con el cliché de los dos chicos que se tropiezan y luego él la acompañaba a su casa mientras hablaban y se conocían. Okey no, así no, no era ese tipo de persona. Pero podía intentarlo ¿por qué no?

Estábamos a menos de dos metros de distancia y sentí que el mundo desaparecía, en mi cabeza solo podía sentir sus pasos y los latidos de mi corazón acelerar su ritmo. Fueron los veintitantos segundos más largos de mi vida. Él ni siquiera me había notado aún, parecía absorto en su propio universo. ¡Era el momento perfecto!

Y fue así como, intencionalmente me abalancé sobre él literalmente causando que ambos casi calléramos al suelo. Reconozco que me pasé un poco —demasiado— de la raya. Habíamos llamado la atención de casi todos en la cafetería, incluyendo a Maddie y Edd quienes nos observaban confusos.

Me estabilicé un poco e incluso recogí su mochila, la cual llevaba en un sólo hombro y se cayó. De cerca era muy distinto a como me lo imaginaba—aunque debo reconocer que estaba mucho mejor—.

Debía medir 1.85—mucho más alto que yo, por supuesto—, el cabello castaño muy oscuro le caía como una cascada sobre la frente y parte de sus ojos color miel, sus mejillas estaban tornadas de un rojo carmín que le daban vida a su tez blanca. Tenía varias perforaciones en sus orejas y una en el medio de su fina nariz. Quedé completamente paralizada, detallando cada facción de su rostro.

—¿Acaso no sabes controlar tus pies?— salí de mi embelesamiento al sentir su voz ronca, pero a la vez suave, y abrí los ojos tanto que pensé que se me iban a salir y rebotarían por el suelo. Francamente esperé un "lo siento" o por lo menos un "¿estás bien?" de su parte.

Mi subconsciente me dio la señal de ¡ALERTA, PLAN FALLIDO, SAL DE AHÍ MIJA! y le obedecí. Preferí no decir ni una palabra y rodearlo para salir por la puerta hacia la calle para dirigirme a casa lo más rápido posible.

—¿Ni siquiera te vas a disculpar?— me detuve al escuchar su reclamo. Ni siquiera parecía molesto, más bien su tono de voz sonó automático, como si lo hubiera dicho por decir. Cerré mis ojos y los apreté haciendo que se arrugara mi nariz. Escuché sus pasos a mis espaldas, se dirigía calmandamente hacia mí, que no sabía qué hacer y deseaba que se abriera un hueco bajo mis pies y me tragara el maldito suelo. —¿Eres sorda?

—Yo...no...no sé qué decir.— nunca en mi vida había sonado tan insegura. Entonces me encaró cerrándome el paso con el ceño fruncido.

—¿Te sucede algo?— su rostro decía lo contrario, pero parecía preocuparse por mí. Negué con la cabeza y el bufó. —Entonces, está todo bien— dio una media vuelta sobre su propio eje y comenzó a alejarse de mí.

—¡Espera!— aceleré el paso hasta pocisionarme junto a él.

—¿Qué?— tenía una expresión burlona que, a decir verdad, me molestó un poco —¿Vas a seguirme?

—¿Por qué habría de hacerlo?— hundí las cejas, esta vez sí sonaba más segura —Es sólo que voy en la misma dirección.

—¿Y puedes ir sola?

—Claro que sí— fruncí aún más el entrecejo.

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