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Árbol de Cristal


Desperté muy temprano en la mansión que debía ser de Apollo. Mi mente me decía que me levantara, tenía hambre, pero mi cuerpo me rogaba que siguiera allí. Me quedé mirando al techo y sentí que flotaba en el aire, por mi mente pasó que hubiera algún incienso de marihuana jeje, pero nah, sólo eran imaginaciones mías. Pasé a observar toda la habitación. Era el doble del tamaño de mi cuevita en casa, me sentía externa despertando en un lugar que no fuera mi oscura habitación. Por suerte no había luhar por donde entraran los rayos del sol, habían gruesas cortinar color crema que tapaban las enormes ventanas de cristal.

Ventanas.

Qué recuerdos.

Hace dos días yo era una chica común —entre unas enormes comillas—. Aún lo seguía siendo, pero me sentía diferente, me sentía extraña.

Me levanté, me sentía un poco mejor. Luego de que Apollo se fuera me quedé dormida hasta la hora de la cena, que me la trajo la señorita llamada Stephany a la habitación, me revisó todos mis moretones y la cortada de la mejilla y me dio unas pastillas que debían ser sedantes porque volví a dormirme profundamente.

Me acerqué a la ventana que daba vista al patio. Puse mi mano en el cristal, apoyé mi frente en él y cerré los ojos. No escuchaba el sonido de los autos pasar, ni de las personas que iban a sus trabajos o escuelas; solo el canto de los pájaros.

Volví a abrir los ojos y...

No sabía si era producto de mi imaginación, pero ahí abajo, en el césped había alguien. Me recordé a mí de pequeña, me recordé a mí hace unos cuantos meses, sólo que ese no era aquel pequeño niño, ni Apollo. Era un desconocido. Se encendió una alarma en mi cabeza.

¿Segura de que no lo viste antes, Naomi? Tal vez puedas acordarte, quizás lo viste ayer.

Y no. Por más que hice memoria no lo pude recordar. Era la primera vez que lo veía, me causo cierta intriga verlo justo en el patio. ¿Qué hacía allí?

Entre cerré los ojos tratando de detallarlo. Iba vestido de negro completamente y juraría que en su sudadera hubiéramos cabido ambos. Se veía delgado y le brillaba el cabello negro bajo el sol. No le pude ver la cara debido a la distancia, pero parecía llevar gafas y sostenía un objeto en su mano derecha, un objeto que no pude reconocer tampoco.

Él miraba hacia los lados como si no quisiera que lo vieran y a cada rato se acercaba el objeto al rostro. ¿Qué hacía? ¿Era amigo de Apollo? ¿Era familiar de Stephany?

Permanecí quieta observando sus movimientos, ceñuda y con una pizca de curiosidad.

Nuestras miradas se encontraron. ¡Me miró! ¡Me vio! Un segundo después me agaché y el corazón me comenzó a palpitar con más intensidad. Me senté en el suelo recostada a la pared. Inhalé, exhalé, lo repetí varias veces. Me giré sobre mi eje y comencé a levantarme lentamente, mis ojos casi se asomaban al cristal de la ventana y...

—¿Qué haces ahí?

—¡AAAAAAAAAAAAA!—solté un grito lleno de terror y volví a caer al suelo —¡No me mates, por el amor de Dios!

Puse ambas manos sobre mi cara y mi cuerpo temblaba y se estremecía. Estaba cagada.

—¿Estás loca?— inquirió.

Reconocí esa voz medio gruesa pero suave a la vez, había vuelto.

—Apollo, ¿eres tú?

—Sí, estás loca— Apollo negó con la cabeza y frunció los labios —Ya levántate, das pena.

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