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Segunda advertencia

30 de abril, 2019

La música me despertó de golpe, no hay nada que me moleste más —y eso que la mayoría de las cosas me molestan— que interrumpan mi sueño.

Ya regresaron.

Ni los extrañé.

Me retorcía bajo mi sábana de disgusto porque sabía que aunque quisiera, no podría conciliar el sueño de nuevo. Y como si fuera poco sabía que me esperaba un día de mierda, como los demás.

Mamá, cada día más insoportable.

Ronald, queriendo desquitárselas conmigo por la pequeña mini-discusión que habíamos tenido y molestándome todo el tiempo.

Me dan ganas de vivir sola.

—¿Con qué dinero vas a conseguir un apartamento?

—Ya veré qué hago.

—No me digas que vas a considerar quedarte una temporada en casa de una amiga hasta que consigas el dinero. ¡Ah, cierto! ¡Que no tienes amigas pues!

—¡Tú ganas, me quedo! Imbécil...

Discutía con mi subconsciente al que llamaba Pequeña yo muy a menudo.

Bajé las escaleras aún con mi pijama gris favorito puesto y unas ojeras que me las pisaba. A diferencia de otros días, la música no estaba tan alta, me pareció sorprendente y conveniente. No me agradaba la música alta, prefería usar auriculares.

Bien, parece que estoy de suerte.

Ése era mi pensamiento.

Y no me equivocaba del todo.

Sospechaba que ese día no iba a ser uno cualquiera, pero todo dio un giro repentino que realmente no esperaba.

(...)

Entré en el comedor para desayunar y ahí estaban, Rose —mi madre— y Ronald. Ella bebiendo agua desesperadamente —seguro debido a la resaca— y él...¿estaba cortando manzanas?

Me llamó la atención el cuchillo que utilizaba, era el más grande y sólo mamá lo usaba para cortar pedazos de carne o cosas así.

Decidí no darle mucha importancia, ya que a veces hacía cosas raras sin sentido.

No sabía qué le había visto mamá.

¿Por qué él?

¿No se daba cuenta de que cada vez más arruinaba nuestra familia?

Bueno, estaba cegada. Quién sabe por qué lo eligió.

Abrí el refrigerador y metí medio cuerpo dentro en busca de algo que devorar. Tenía un hambre feroz. Con todo lo que había sucedido el día anterior no pude llevarme nada al estómago.

—No te molestaste en comprar nada, por lo que veo, ¿sólo cervezas?— le reclamé a mi madre cruzándome de brazos.

—Oh si, compré manzanas hija...— respondió despreocupadamente, como si de un kilo de carne se tratara —...ve hasta donde Ronald y dile que te dé unas lascas de las que picó.

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