CAPÍTULO 1.

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CAMBIOS

Me resulta interesante pensar en el hecho de que la vida que nosotros vivimos, no es constante, sino variable.

Intentaré explicarlo en un lenguaje un poco mas simple, utilizando ejemplos de lo que quizás a todos nos ha pasado en algún momento de nuestras vidas.

Durante el transcurso de nuestro viaje en la vida, cada uno como seres humanos, experimentamos grandes cambios, cambios que muchas veces ocurren cuando menos lo esperamos, como menos lo esperamos, y con quien menos lo esperamos, por lo cual, en la mayoría de los casos terminamos gravemente decepcionados.

Decepcionados por no estar preparados al momento de afrontar tales cambios. Decepcionados, muchas veces por el hecho de estar conscientes de que ya las cosas en nuestras vidas, hace tiempo han dejado de marchar igual. De que hace tiempo las cosas CAMBIARON.

Nos causa impotencia contemplar los cambios, el ver que ya nada marcha igual que antes, que el ambiente al que nos habíamos acostumbrado ya no es el mismo, ni lo volverá a ser jamás.

Hubo un cierto período de tiempo en el que me vi sumergida en un escenario similar al que acabo de describir.

Sin darme cuenta había adaptado repentinamente un alto nivel de apego, no solo por las personas que habían llegado a mi vida, sino también por las circunstancias en las que me había acostumbrado a estar, las actividades y los buenos ratos, por así llamarlos, que tanto disfrutaba.

Hasta que de repente, todo a mi alrededor había cambiado. Ya no estaban esas personas con las que me había acostumbrado a compartir, ya no contaba con dichas actividades que solían reafirmar mi «identidad», ya no podía estar presente en esos lugares que me hacían sentir tan bien, tan intensamente viva.

Simplemente ya no estaban, todo se había esfumado repentinamente. Y lo peor es que por más que quisiera, no podía hacer nada al respecto.

Sí, muchas veces la vida nos pondrá  situaciones en las que tendremos que experimentar cambios, cambios que permanecerán intactos, aunque intentemos negarnos rotundamente a aceptarlos.

Era justo eso lo que me pasaba a mí. Habiendo presenciado que las cosas en mi vida habían cambiado, y que ya jamás volverían a ser igual, intentaba tercamente negarme a aceptarlo.

En medio de mi frustración e impotencia, le preguntaba a Dios, por qué había permitido que dichas personas llegaran a mi vida si al final sabía que iban a marcharse. ¿Dónde radicaba su lógica?

Si Dios sabía que después de haberme aferrado a una realidad externa, esta se escaparía repentinamente de mi vida, ¿por qué no simplemente evitó que pasara? Puesto que al final es el Dios omnipotente.

Si tenía el poder y la capacidad de hacerlo, entonces, ¿por qué simplemente no lo hizo?

Era que yo no estaba entendiendo: nada sucede por mera casualidad. Todo siempre funciona de manera perfecta y para fines elevados. Todo está conectado con el plan de Dios, con su propósito divino.

Dichas personas que pasaron por mi vida como pasajeros por un tren, tenían algo para enseñarme, no lo estaba entendiendo.

Tales circunstancias a las que tuve que enfrentarme, tenían una importante lección para mi proceso de crecimiento. Todo estaba siendo perfecto en su momento. Dios lo sabía muy bien.

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