Capítulo 1

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Todos en el reino nos enteramos del revuelo que una guapa desconocida provocó en el baile real.

Porque, en primera, el reino Montefiore es joven y no de gran extensión. Y, en segunda, la gente de por aquí es bastante cotilla.

No me quiero incluir entre los que se alimentan del chisme, pero tengo una panadería, por Dios, aquí uno se entera hasta de los lunares que tiene la amante del hermano de la esposa del herrero.

Justo ahora las voces de distintas mujeres se alzan sobre los murmullos hasta llegar a mí.

—Dicen que su vestido parecía una nube.

—Sí, de un color azul que sólo puede compararse con el cielo totalmente despejado.

—Es verdad, dicen que su cabello era tan rubio como el oro y sedoso como... Bueno, como la seda.

Me trago una risa, sólo falta que digan que unas hadas le bordaron los calzones y sus zapatos eran de diamantes.

—Dicen que al verla casi podías creer en la magia.

Una oleada de suspiros de admiración se levanta y sacudo la cabeza; es increíble lo que se pueden inventar para volver la historia interesante. Me aclaro la garganta un par de veces, pero nadie me presta atención.

—¡Señoras! —Ellas se giran a verme con la ceja alzada—. ¿Alguien va a llevar el pan a su hogar o sólo vinieron a chismorrear?

Se alza una ronda de gimoteos indignados.

—¡Pero qué niña tan grosera!

—¿Tus padres no te educaron acaso?

—Por eso sigue soltera —suelta otra.

Me cruzo de brazos.

—Sin tan mal juicio tienen sobre mí ya pueden ir a buscar el pan con el señor Eliot —reto.

Casi pude ver cómo se formaba en sus mentes la imagen del barbudo y sudoroso hombre atendiéndoles; es el panadero de otro pueblo, duerme más de lo que trabaja y bebe hasta el desmayo cuando está despierto. Cruzan miradas y se remueven en sus sitios, eso sí, con la barbilla bien alta.

—Hasta mencionar a ese hombre es de mal gusto, Emily.

—Sí, sé profesional y dame lo de siempre —dice una, y me tiende la canastilla—. Por favor.

Asiento, ocultando una sonrisa. 

—Lo curioso es que desapareció justo a medianoche —continúan.

—¿De verdad?

—Sí, dicen que el príncipe Henry hasta corrió tras ella.

—¿Será que es casada?

—No sé, pero me pareció muy extraño que huyera, todos sabíamos que el propósito de ese baile era que el Príncipe escogiera una joven para desposar.

—Oh sí, invitó a todas las mujeres solteras del reino, ¡de todas las clases!

Tiendo la canastilla y la siguiente mujer en la fila me mira con la mano en la barbilla.

—Emily, tú ya no eres tan joven, pero eres soltera, ¿fuiste al baile? 

¡Me acaba de llamar niña hace dos minutos!

—La asistencia era mandato real —menciona alguien atrás, probablemente no debería responder; pero todas me miran expectantes y ruedo los ojos.

—Pues no, como pueden ver tengo un negocio del cual encargarme, no tengo tiempo para bailes.

Esa no es mi zapatillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora