Despierto muy temprano y en cuando estoy vestida salgo disparada de la habitación para comer algo rápido y estar libre.
Ayer por la tarde me encontré al Príncipe saliendo de su despacho y me invitó a dar un vistazo; la cantidad de libros que tiene es impresionante. Me contó que la mayoría era literatura histórica y mayormente religiosa, pero que tenía algunos libros que había conseguido de sus viajes que podrían gustarme y me ofreció uno de cuentos para iniciar mi lectura.
¡También tiene libros escritos por mujeres!
Me dijo que son de filosofía y romance, pero la lectura puede ser un poco difícil para mí ahora, primero debo practicar un poco más. Por ello mi prisa por desocuparme, quiero iniciar cuanto antes, especialmente ahora que tendré clases y estaré limitada de tiempo.
El problema es que devorar el almuerzo me cae mal al estómago y con pesadez me deslizo por el jardín. Echo un vistazo alrededor antes de soltar ese malestar silenciosamente y alejarme unos pasos. Noto a alguien en uno de los árboles que bordean el jardín y me acerco; es el Príncipe.
Al dejar el camino de piedra mis pasos lo alertan y se gira hacia mí. Sonríe y me saluda, le devuelvo el gesto animadamente. No le pregunto lo que está haciendo porque es demasiado obvio: un columpio. Muerdo mi labio para suprimir una sonrisa mientras lo veo trabajar.
Ayer en su despacho vi el cuadro de una mujer sobre un columpio. Imaginé que era la reina y para no ser imprudente sólo mencioné que hace años no subo a uno, contándole al Príncipe que la última vez el que hizo papá se rompió y tuve una caída que me costó varias cicatrices en las rodillas y un diente. Se rió un poco, aunque intentó evitarlo.
Y ahora aquí está, lanzando cuerdas y formando elaborados nudos para hacer un columpio resistente.
—Adelante, sube —pide al terminar, con los ojos brillantes.
Lo miro embobada un momento mientras se limpia el sudor de la frente. La emoción en su semblante me conmueve y le agradezco con fervor su gesto. Me siento en la pulida tabla y sujeto las sogas para impulsarme y mecerme despacio. En cuanto mis pies dejan el suelo se me escapa una risa de pura felicidad.
—Antes había uno —comenta el Príncipe—, mi madre lo adoraba y pasaba mucho tiempo en él, pero luego de su muerte era doloroso verlo.
Me detengo.
—Tal vez no debería... No quiero que usted se sienta mal o que el Rey se enfade.
Levanta la mano y sacude la cabeza.
—Está bien —asegura, acercándose a mí hasta ponerse a mi espalda—. Me gustaría tener buenos recuerdos sobre un columpio otra vez.
Me siento de nuevo y él toma las cuerdas para estirarme y luego empujar. Tomo velocidad y me mezo un poco más alto. Cierro los ojos con una pequeña sonrisa de dicha y destellos de mi infancia aparecen tras ellos.
Mi corazón está lleno de felicidad.
El aire fresco de la mañana golpea mi rostro hasta entumecer mis mejillas y mi peso se desvanece por segundos antes de ser reemplazado por ese cosquilleo que recorre el cuerpo ante la sensación de caída.
Es maravilloso.
Reduzco lentamente la velocidad, aunque mis latidos no disminuyen, y meciéndome despacio echo un vistazo al Príncipe que sigue a mi espalda.
—Esto es increíble —digo—. Me ha hecho muy feliz y siento que decir gracias no es suficiente.
—Entonces no digas nada y solo disfrútalo.
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Esa no es mi zapatilla
RomansEl príncipe Henry buscaba a la chica que le robó el corazón en un baile midiendo una zapatilla de cristal a cada mujer del reino. Pero, como seguro le faltaba la mitad del cerebro, Henry convirtió en su prometida a la primera chica que le quedó la d...