Eugene se rompió mientras sepultaban a su madre. Hasta entonces yo había tragado el nudo en mi garganta para ofrecerle un hombro fuerte del cual sostenerse, pero al verlo así terminé llorando abrazada a él.
Finalizando el servicio nos dirigimos al bosque, recordando los buenos momentos que pasamos con ella mientras paseamos. Llegamos a un riachuelo y nos sentamos a la orilla, en silencio, escuchando el agua correr mientras el frío del bosque seca nuestras mejillas húmedas.
—Tal vez suene horrible lo que voy a decir —comenta en voz baja—, pero me siento un poco aliviado de que haya terminado. No era justa la forma en que estaba viviendo, eso... no era vida.
Lo observo sin responder, porque temo decir algo inadecuado. No me atrevo ni a imaginar lo doloroso y aterrador que fue para Eugene ver a su madre desvanecerse día a día, olvidándose de él, de sí misma, sin poder detener la enfermedad que la consumía.
—Eres la persona más fuerte y valiente que conozco.
Sujeto su mano y él me da una sonrisa triste, contándome que su madre le decía lo mismo.
—Muchas veces tuve miedo, muchas veces me venció el dolor y la tristeza, pero cuando me veía y me reconocía, volvía a tener un poco de esperanza. Entonces ella me decía que era fuerte y me pedía que fuera valiente —cuenta—. Creo que sabía, que intentaba advertirme lo que sucedería.
Guardamos silencio nuevamente, rodeándonos del silbido del viento y el trinar de las aves, y por un momento lo único que existe es calma.
—Voy a enlistarme.
Sus palabras cortan la quietud como cuchillas.
—¿Qué? —suelto, horrorizada—. ¿Por qué?
Eugene sonríe cuando quito mi mano de la suya y levanta la mirada al cielo de media tarde.
—Siempre he querido ser soldado, desde pequeño.
No lo puedo creer.
—Creí que amabas el campo —digo con la garganta seca.
—Me gusta y le estoy agradecido por lo que me ha dado, pero la única razón por la que mantenía esa granja era para estar cerca de mi madre y poder cuidarla.
—¿Por qué nunca me lo contaste?
Suspira y me mira ladeando la cabeza.
—Todos tenemos un anhelo que guardamos con celo, especialmente cuando creemos que si escapa de nuestros labios nunca podremos alcanzarlo.
No puedo sostener su mirada, me duele entenderlo.
—Soldado —pronuncio, como si fuese una palabra recién descubierta, ajena.
Recordar mis ensoñaciones ante esta información es inevitable; aquellas tardes dedicadas a imaginar que Eugene y yo nos casaríamos, que nos refugiaríamos en el campo donde él trabajaría feliz y yo me dedicaría a hacer pan con una decena de nuestros hijos corriendo alrededor.
—¿En qué piensas? —pregunta, divertido, como si hubiese leído mis pensamientos.
—Nada, nada —respondo antes de reírme y decido confesar—. La verdad solía imaginar que nos casaríamos y viviríamos en el campo.
—¿Y ya no?
Mi risa se atasca en mi garganta y después de toser un poco lo miro. No sonríe, pero su mirada aún tiene un brillo de diversión. Me entristece, no quiero tener esta conversación ahora, es el peor de los momentos.
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Esa no es mi zapatilla
Storie d'amoreEl príncipe Henry buscaba a la chica que le robó el corazón en un baile midiendo una zapatilla de cristal a cada mujer del reino. Pero, como seguro le faltaba la mitad del cerebro, Henry convirtió en su prometida a la primera chica que le quedó la d...