Capítulo 19

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Ayer cuando volvimos al castillo ya era de noche.

Trevor no me escoltó a mi habitación, envío a otro guardia en su lugar. Me preocupaba que fuese a hablar con Henry antes de poder explicarme, pero estaba exhausta por las emociones contenidas como para intentar detenerlo, además sé perfectamente dónde está su lealtad. 

Desperté a la nueve de la mañana, algo tarde para mi horario usual. No tenía mucha hambre, pero recordé que no había comida nada el día anterior y me obligué a salir para tomar algo. Tan pronto como almorcé mis preocupaciones regresaron y me quedé en el comedor exterior con la mente vacía.

Ya es medio día y sigo en el mismo lugar.

No quiero pensar, realmente no quiero.

Decido dar un recorrido por el castillo en solitario y las chicas no se oponen. Mi intención es distraerme, evitar pensar en los problemas que se avecinan, en las decisiones que debo tomar. También lo hago con la esperanza de encontrarme con Henry. 

Paso un par de horas yendo de un lado a otro como alma en pena hasta que me doy por vencida, decepcionada y con el terrible presentimiento de que Henry está evitándome.

¿Qué esperaba? Seguramente piensa lo peor de mí en estos momentos. Aún si Trevor no le contó anoche lo que presenció, probablemente lo hizo hoy, y dudo que Henry tenga alguna intención de verme. Debe estar pensando tantas cosas y me preocupa, a pesar de no tener idea de cómo solucionarlo.

Suspiro y de pronto recuerdo que en un rato tendré que ver a Lady Huntington durante la comida. Tal vez ya no sea necesario. Entro a la sala de juegos donde están la mayoría de las obras de arte. Estar en este cuarto me relaja, además siempre encuentro algo nuevo que admirar en las hermosas pinturas.

—Podría parecer que tiene conocimiento sobre el arte —La voz me congela, no esperaba que me buscara—. Debe tener altas expectativas de sí misma para creer que pertenece a este lugar.

Trago saliva y no lo miro. No sé cuánto sabe y no puedo suplicar clemencia antes de estar segura.

—No necesito conocimiento para apreciar estas obras.

—Imagino que es fácil embelesarse por algo que jamás ha estado a su alcance —dice con sorna—. Es todo un mundo nuevo para usted, ¿no es así?

—Lo es —confieso—. Y sé que no pertenezco a este lugar.

Lanister chasquea la lengua.

—Me alegra que lo sepa —expresa y finalmente lo miro de frente—. Entiendo a lo que se aferra, cualquiera preferiría la vida de una princesa que tener que vivir de migajas de pan.

Si está él hablando conmigo, significa que no ha ido con el Rey, por lo que busca algo.

—¿Qué quiere?

Pensé que mi voz saldría temblorosa, pero suena segura, y le sostengo la mirada.

—Que no quiero —corrige—. No quiero un escándalo. El drama actual alrededor de la familia real ya está causando problemas, las faltas del Príncipe afectarán nuestras alianzas si esta situación no se soluciona rápido.

—¿Es una falta querer decidir con quién casarse? —suelto—. Henry debería poder elegir a quien desposa —Se ríe con frialdad.

—Baja de tu nube, niña, así no es cómo funciona el mundo. Su Alteza no va a cambiar el orden establecido por generaciones por un capricho ridículo y con eso me refiero a ti. No eres nadie, no tienes clase alguna, no tienes dote ni conexiones.

Aprieto los labios y mi corazón empieza a latir con fuerza, en una mezcla de rabia y temor. Lanister comienza a acercarse a mí e intento no retroceder, pero no consigo permanecer firme y él me acorrala contra la pared.

—Puedo admitir, sin embargo, que pareces una buena adquisición para entretenimiento personal —masculla, llevando su mano a mi muñeca y recorriendo mi brazo hasta posar sus depravados dedos sobre mi collar—. Rompe el compromiso, rompe el corazón del Príncipe si es necesario, y lárgate. Si tanto necesitas dinero, yo te lo daré. A cambio de tus atenciones, por supuesto.

Siento ganas de vomitar.

—Usted tiene edad para ser mi abuelo —espeto—. Cerdo.

Lanister me sujeta de la cara y aprieta mis mejillas hasta que el sabor a sangre llena mi paladar. Trato de apartarlo, pero sujeta mi muñeca con tanta fuerza que se me escapa un quejido.

—No intentes pasarte de lista conmigo porque no sabes de lo que soy capaz; puedo hacer desaparecer a tu padre sin dejar rastro y mandarte a la horca por alta traición —advierte y con dificultad contengo las lágrimas en mis ojos—. Más vale que tomes la decisión correcta si quieres seguir respirando, te puedo asegurar que vivirás muy bien gracias a tus exquisitos favores.

Estoy a punto de escupirle a la cara cuando el trío C entra a la habitación y Lanister me suelta.

—Señorita Kassel —saludan al unísono.

El consejero las recorre con la mirada y observa más de lo debido a Claribel antes de mirarme de nuevo con una sonrisa maliciosa.

—Parece que entre pordioseros se entienden —comenta—. Hasta ahora mi única pieza es su amante el granjero y dicho de la forma correcta hará dudar lo suficiente al Rey para correrla e incluso llevarla prisionera. Debo admitir que he encontrado muchas inconsistencias en su fantástica historia del baile, señorita Kassel, estoy seguro que si sigo investigando ni su estimado Príncipe intercederá por usted.

Se gira y empuja al trío C en su camino a la puerta y hasta verlo salir de la habitación me permito respirar despacio, porque de lo contrario podría derrumbarme. Me mantengo firme y contengo las lágrimas, aunque me duele la espalda por la tensión. Las chicas me observan preocupadas.

Puedo hacer lo que dice, puedo irme y romper el compromiso fríamente sin mirar atrás. Podría vender la tienda, nuestra casa, mientras papá está mejor, e ir a otro pueblo, o quizá al bosque. Vivir con la caza. Encontraría la forma de conseguir dinero para sus remedios, pero no me metería con Lanister ni muriendo de hambre.

Eso es lo que debería hacer.

Él tiene razón, soy demasiados problemas, de todas las formas imaginables, y lo peor es que yo misma me he puesto en esta posición. Hacer lo que dice tampoco me garantiza seguridad y dejar a Henry así después de lo que le he arrebatado sería una infamia.

¿Cómo es que se han arruinado tanto las cosas?

 —¿Está bien? —inquiere Claribel. 

Asiento y cuando la veo noto que está temblando como una hoja. Frunzo el ceño y observo a las otras dos con la actitud; esas expresiones, ese terror. De inmediato recuerdo los rumores sobre el Consejero y con nuestro desagradable encuentro lo confirmo. 

—¿Les ha hecho algo?

Todas bajan la mirada y se me revuelve el estómago. Estoy a punto de interrogarlas cuando Clarisa habla.

—A Claribel y a mí no, pero a otras sirvientas sí —dice en voz baja y Clara le sujeta la mano, pidiéndole que calle—. Clara lo ha mantenido alejado de nosotras, pero pronto será mayor de edad y él perderá el interés.

Dios, no puede ser.

—No nos ha molestado desde que estamos con usted —agrega Clara rápidamente—. No tiene que preocuparse por nosotras.

Estoy furiosa, estoy más furiosa que asustada y ahora mismo quiero arrancarle la garganta a Lanister.

Pero, ¿qué puedo hacer por ellas si en cualquier momento yo misma podría desaparecer?

No soy nadie aquí, no tengo ninguna clase de poder y tan pronto como Lanister abra la boca mi palabra no tendrá valor alguno ante el Rey o Henry. Me dejo caer al piso, sintiéndome derrotada, y me llevo las manos a la cara para ocultar mis lágrimas silenciosas; ellas llegan a mi lado en dos segundos.

—Lo siento —digo a las chicas—. Lo siento, no sé qué hacer.

Mi mente y mi corazón me piden cosas distintas y no tengo idea de a cual de las dos debo seguir.

Esa no es mi zapatillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora