Capítulo 11

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Por la mañana despierto poco antes de que el sol salga. Me lavo por mi cuenta e intento vestirme pero resulta que sí es un poco complicado hacerlo sola, así que cuando el trío C entra a mi habitación me encuentra medio vestida y sentada en la orilla de la cama.

—No me regañen —digo y ríen bajito dirigiéndose al armario—. Me gustaría usar un vestido azul.

En cuanto esas palabras abandonan mis labios las chicas intercambian miradas, intrigadas, y yo me animo a saciar su curiosidad.

—El príncipe me obsequió una joya que quiero usar y creo que iría bien con un vestido azul —explico.

Tal vez queda mejor un vestido verde pero el azul me recuerda sus ojos.

El trío me observa con una sonrisa que me hace preguntarme si volví a hablar en voz alta. Ellas me visten y me peinan de la misma forma que el día anterior para luego ayudarme con el collar.

Cuando el metal frío toca mi piel me recorre un estremecimiento. Paso mis dedos sobre el colgante y me asaltan los recuerdos de la tarde de ayer. Sacudo la cabeza y nos disponemos a salir.

—Su Alteza la acompañará a almorzar —dice Donegan cuando salgo al pasillo.

—Buenos días a ti también, Trevor —suelto, traviesa, y él parece avergonzarse.

—Disculpe, señorita Kassel, el príncipe suele pedirme que corte los saludos y me he acostumbrado a llegar con la información —Hace una inclinación—. Buenos días.

Me rio.

—Sólo estaba bromeando, no tienes que hacer eso.

—¿Qué le parece algo así?

Me hace reír con una extravagante reverencia e iniciamos una divertida discusión al respecto mientras bajamos las escaleras y nos dirigimos a la salida lateral. Salgo al comedor del jardín donde la comida ya está siendo servida y el príncipe da unas indicaciones.

—Buenos días —saludo.

Él responde sin girar y se acerca a mí, pero se detiene al verme. Siento un hormigueo que inicia tras mis orejas y desciende por mi espalda mientras me observa. Trago saliva al ver sus ojos deslizarse por mi cuello y frenar sobre mi pecho.

Sé que sólo está admirando el collar que me obsequió, pero siento un calor estancarse en mis mejillas que me hace enroscar los dedos de mis pies. La comisura izquierda de sus labios se levanta en una media sonrisa que no le había visto antes.

—Emily, te ves preciosa.

Me agrada la manera en que pronuncia mi nombre y disfruto que lo mencione con frecuencia cuando me habla. Avanza hacia mí y mis latidos se aceleran a cada paso que da.

—Gracias, usted... No luce tan mal por las mañanas.

Él se ríe y lo encuentro sumamente atractivo.

—Se hace lo que se puede —dice, deteniéndose tan cerca de mí que contengo el aliento—. Me alegra mucho verte usar mi obsequio.

—Bueno, no había mucho de dónde elegir —bromeo.

El príncipe, es decir, Henry, me pregunta si puedo verlo a los ojos. Ni me había dado cuenta de que he estado viendo al suelo. Sujeto la falda de mi vestido en mis puños y elevo mi mirada hasta encontrar la suya.

Me extraña mi comportamiento, es como si se revelara una parte desconocida de mí cuando él está cerca. Me atrevo a culparlo, tal vez sería más fácil estar bajo control si no fuera un príncipe encantador.

—Veamos —Coloca sus manos tras su espalda y se inclina un poco más cerca de mi cara—. Azules, el día de hoy lucen un poco azules.

Parpadeo confundida y cuando da un paso atrás exhalo lentamente para recuperar el latido normal de mi corazón. Me indica que nos acerquemos a la mesa, pero me cuesta moverme de inmediato después de que me paralizara su cercanía.

Le pregunto si se refiere a mis ojos para hacer tiempo mientras nos sentamos y él dice que sí.

—Cuando nos conocimos dijiste que tus ojos no eran impresionantes ya que son verdes, pero en ocasiones les da por lucir azules, y quería corroborarlo —La luz del sol baña su rostro y su cabello rubio, verlo así y escuchar que recuerda mi perorata me enternece.

Comenzamos a comer, pero algo en sus palabras llama mi atención y cuando me llevo la mano al cuello él asiente.

—Lo diseñé con ambos colores para acentuar el color que tus ojos elijan tener —explica, bajando sus cubiertos para mirarme—. Y son más que cautivadores.

Con nerviosismo rompo el contacto visual.

—¿Usted lo diseñó? —pregunto antes de tomar un trago a mi jugo de naranja, se me ha secado la garganta. 

Saber que estuvo involucrado en la creación de esta joya me intriga, porque no hay manera de que haya sido casualidad, definitivamente fue hecho para y eso me genera aún más curiosidad.

—Sí, después de nuestro encuentro; durante el camino de regreso tuve la idea y al llegar hice algunos bocetos, esa misma tarde fui con el orfebre, por eso no pude recibirte.

Trago el bocado que tengo en mi boca y parpadeo impresionada.

—Pero, ¿cómo logró hacerlo tan rápido?

—Es un artesano con vasta experiencia que ha servido a la familia por años, generalmente el diseño es lo que demora pero yo llevaba la idea así que le ahorré tiempo —Sonríe—. Francamente también me sorprendí por su prontitud, pero recuerdo que en cuanto empecé a contarle se entusiasmó tanto por trabajar en ello que no dudé de la calidad de su trabajo.

—Pues es impresionante, me gustaría conocerlo a él y también ver sus bocetos. Es una joya preciosa y ligera —comento distraída—. Realmente no sé cómo agradecerle.

—No tienes que hacerlo, me basta con recordar tu rostro al recibirlo para sentirme contento.

No termino de acostumbrarme a su forma de decir las cosas. Es naturalmente seguro, no de una forma arrogante sino sincera y espontánea. Me gustaría tener esa confianza. Terminamos de desayunar en silencio y mientras recogen los platos tomo una pieza extra de pan, que sé es de mi tienda.

Me siento orgullosa, no puedo evitarlo.

—¿Así lo observas cuando lo haces? —pregunta mientras sostengo la pieza en mi mano, me siento ligeramente atacada al ser pillada en plena vanagloria.

—Un poco, mi negocio es un lugar muy visitado y la fila es larga —suelto, y la forma en que lo digo me hace sonar ofendida—. Porque tal vez no lo sepa, pero mi pan es delicioso.

El príncipe ríe suavemente y coloca su mano bajo su barbilla.

—Por supuesto que lo sé, es el único pan que disfruto tener en mi mesa.

Ahí está de nuevo; su mirada, esa vehemencia, la forma en que recibirla me afecta. Esta vez no cedo y mantengo mis ojos en los suyos.

—Santo cielo —vocea alguien a nuestra espalda—. Con sólo ver esa postura siento dolor en mi espalda.

Al voltear veo llegar a una mujer alta y delgada. Conforme se acerca veo su sonrisa fría y una pequeña verruga sobre el pómulo derecho, lleva un vestido negro y un peinado extravagante.

—Augusta Huntington —dice el príncipe y ella hace una reverencia—. Creí que llegaría más tarde.

—Alteza, viendo el reto que dejará en mis manos es una fortuna que he llegado antes.

Él me da una mirada de disculpa y yo sonrío, alegrándome de que ya hayan retirado los utensilios porque de lo contrario podría ensartar un tenedor en ese nido de pájaros que lleva en la cabeza.

Puedo adivinar, con esta corta interacción, que el tiempo con ella no será tan cómodo como me gustaría, pero decido que me esforzaré y pondré todo de mi parte. Augusta se retira después de su presentación y el Príncipe y yo tenemos una amena charla tras su partida que repetimos a la hora de comer. 

Afortunadamente las lecciones no comenzarán hasta pasado mañana, por lo que tengo un día más de libertad que espero con ansias disfrutar en calma.

Esa no es mi zapatillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora